Capítulo 43

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Ya no somos Josha, Jodida, Steven, Owen y yo

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Ya no somos Josha, Jodida, Steven, Owen y yo.

El saber eso hace que sienta como pequeñas piezas que se desarman dentro de mí; como una de esas edificaciones que si le sacas la estructura que lo sostiene todo se derrumba. Quiero llorar al recordar la expresión de Josha...

Me siento una cobarde que huye de los conflictos en lugar de solucionarlos, a pesar de que no podía hacer nada. En otras palabras: se sacrificaron por nosotros. ¡Jodida se sacrificó por mí!

A mí, Josha no me engañaba, él sabía que no podría salir de esa, lo notaba en su mirada llena de lágrimas. ¿Por qué tuvo que ser así? ¿Cómo pudieron saber dónde estábamos? ¿No estarán tras nosotros ahora?

Tengo miedo. Temo por nosotros, por ellos. Por nuestro futuro.

Owen conduce más deprisa que nunca, Steven ya no sostiene su típica sonrisa. ¿Y yo? Yo estoy hecha un bollo con los pies en el asiento, los brazos rodeando mis piernas y los ojos cerrados. No quiero abrirlos.

Pero aun así, no puedo dejar de llorar. La mano de Steven toca suavemente mi espalda, y yo me doy vuelta hacia él, dándole un gran abrazo, como el que le di a Josha y éste me devolvió.

―Lo siento ―le digo―. Lo siento tanto...

―Shh, todo estará bien ―dice él.

«Eso es mentira» estoy por decirle, pero mejor me callo. Tal vez las palabras que él dijo no solo eran para mí, sino que para él mismo. Steven era muy apegado a Josha... Lo notaba por cómo le miraba, por cómo le quería y respetaba.

«Tranquila, Honey. ¿Sabes cuánto daría por ser en este momento el idiota de Steven y poder abrazarte como él lo hace?»

«Stev no es idiota... bueno, un poco. Pero yo también te quiero abrazar...»

Steven carraspea. ―Owen ―dice―, déjame conducir a mí, y tú ven aquí con tu chica, te necesita.

Miro el rostro de Steven y él me guiña el ojo. Owen sin vacilar detiene la camioneta, abre la puerta y se sube atrás, mientras que su hermano pasa por entre medio de los asientos para colocarse como conductor y arranca antes de un pestañeo.

―Gracias ―le habla Owen―. ¿Cómo te has dado cuenta qué yo...?

―Oh, muy fácil. Solo vi cómo nos mirabas por el espejo y dije «me va a matar».

―Auch.

Sorprende, pero Owen se ríe del chiste y me rodea con sus fuertes brazos, comenzando a darme pequeños besitos en mi cuello.

―¡Cosas cochinas no!

―¡Ey, arruinas el momento!

Pero en realidad, la risa y la broma no hacen más que distraernos de la angustia y el temor por unos segundos. Sabemos que estamos en peligro aún. Hundo mi cabeza en el cuello de Owen y me quedo ahí, respirando su aroma y él el mío.

Corazón de cristal [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora