Capítulo 17: Boda

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Jess se había quedado dormida en el camino. Estaba babeando el asiento de mi auto descaradamente, pero me daba pena despertarla... y con lo loca que era, no quería saber cómo se ponía cuando interrumpían su sueño.

Eran las diez de la noche cuando llegué frente a la casa de Jess y no me quedó de otra que despertarla.

—Jess —dije mientras la removía—. Llegamos a casa.

—No, hoy día no trabajo, mamá.

—¿Tengo la voz de alguna de tus mamás?

Jess abrió los ojos de golpe.

—No, definitivamente no.

Se fregó los ojos con las manos, luego se estiró y, por último, limpió la saliva que le corría por la comisura de su boca hasta el borde de la mandíbula.

—Te pasaré a buscar a las diez el domingo —le dije, mientras se ponía la mochila.

—Que flojera... —dijo con un bostezo—. ¿Pero que se le va a hacer?

—Adiós.

—Adiosito.

Esperé a ver que Jess entrara a su casa y me marché. Tenía una boda que destruir el domingo y necesitaba dormir para eso.

[...]

Jess

Me llevaba el demonio.

Me decían que tenía pinta de niña, pero aun así me costó hacer entrar mis senos al vestido que había usado en mi graduación, cuatro años atrás.

Era un vestido simple. No quise que mis madres gastarán tanto dinero en un ridículo vestido que usaría una vez cuando esas vacaciones iríamos a Nueva Zelanda y podríamos usar ese dinero para traer cosas de allá.

El vestido era largo, de color rosa oscuro, con tela de seda, pegado al cuerpo, con un escote en V con tirantes y un corte en la pierna derecha.

También tenía unos zapatos altos que había usado en mi graduación. Por suerte, me seguían quedando perfectos. Eran color crema con brillos.

Mi madre Anne me había ondulado el cabello, ya que, aunque era ondulado naturalmente, solía ser desordenado y pajoso. Además, me había hecho un medio moño.

—Nunca te habías visto tan bien, Jess —Steve estaba apoyado en el marco de la puerta—. Y ahora si tienes bubis.

—¡Oye! ¡Respeta a tu hermana!

—Solo digo lo que veo.

—Yo jamás dije nada de tu pene cuando abrí la puerta del baño y te vi orinando.

Sacudí la cabeza asqueada.

—No me lo recuerdes. Tuve pesadillas por una semana con eso —se quejó Steve.

Aun podía recordar el grito agudo que había pegado Steve en el momento en que abrí la puerta, pero había sido mayormente su culpa por no poner el seguro.

Mi celular, el cual se encontraba sobre mi cama, sonó. Lo tomé y vi un mensaje de Milo que decía que había llegado.

—Bien, debo irme. El deber llama.

Tomé la cartera de mano que combinaba con mis zapatos y metí mi celular dentro.

—Ayúdame a bajar las escaleras o te quedaras sin hermana.

—Mi sueño hecho realidad.

—No seas mentiroso y ven aquí.

Steve me ayudó a bajar la escalera lentamente. Si me caía con zapatos bajos, no quería pensar en que me pasaría con esas plataformas de princesa.

¡Ese Es Mi Libro!Where stories live. Discover now