Capítulo 31: Último plan

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Verónica estaría acabada con el plan que tenía preparado.

Mi idea era arruinar su imagen de persona perfecta, ¿y qué mejor lugar para hacerlo que su lugar de trabajo?

—Te vez realmente sexy.

—Me veo ridículo.

Estaba disfrazado a Milo para que pudiera estar en la sala de espera de la consulta, grabando, sin que Verónica lo notara.

Le había puesto un bigote falso, lentes de contacto color verde, unos lentes ópticos falsos cuadrados y gruesos, y una camisa a cuadros con unos suspensores negros.

—De todas maneras, tendrás el diario para tapar tu cara.

Tenía un periódico que había comprado en la mañana y le había pegado una cámara miniatura que había comprado en la misma tienda que compramos las cosas para espiar a Elizabeth y a Anthony.

Yo tenía un mejor disfraz aún.

Una peluca rubia con flequillo, lentes de contacto color azul, me había hecho un maquillaje suave y tenía un vestido anticuado que parecía de las muñecas que usaba mi abuela.

—Bien, hay que hacerlo —dije cuando estábamos listos.

—Vamos entonces.

[...]

Milo entró primero a la consulta. Debió haberse sentado en algún asiento no muy cerca de la puerta para que Verónica no lo descubriera en ningún caso.

Entre cuando Milo me envió un mensaje diciéndome que estaba en posición.

«Plan... no recuerdo en que letra iba».

Subí al ascensor y bajé en el quinto piso, la parte de psicología del edificio. Entré a la sala y me quedé parada junto a la puerta, esperando a que Verónica se asomara por la puerta que llevaba a las oficinas de cada profesional.

Salieron varios psicólogos, pero ninguno era Verónica, lo que comenzaba a desesperarme.

Cuando estaba por ir junto a Milo a quejarme, Verónica salió y llamó el nombre de su paciente.

«¡Acción!».

Caminé con paso rápido y seguro hasta Verónica y le di una cacheta que sonó perfecta.

—¡Maldita infeliz! —dije fingiendo dolor—. ¡Eres una cerda mentirosa!

—D-Disculpa, ¿quién eres?

Le di otra cachetada.

—¿Cómo qué quién soy? ¡¿Cómo qué quién soy?!

—Realmente no sé... —otra cachetada.

—Eres de lo peor —dije con rabia—. ¿Creíste que no me daría cuenta de la aventura que tenías con esa loca? ¡Con esa igualada!

—No tengo idea de que habla —aseguró Verónica, mirando a las personas que estaban en la sala de espera.

Me giré para quedar mirando a las demás personas.

—¡Yo soy la pareja de la señorita Palmer! O, mejor dicho, ¡expareja! —apunté con mi índice a Verónica—. Esta supuesta mujer correcta es una adúltera, mentirosa y egoísta.

—Claro que no. Yo...

—¡¿No te cansas de decir mentiras?! —volví a mirar a las personas—. ¡Por razones como esta ya no puedo seguir con ella! —me volví a Verónica—. ¡Disfruta de tu amorío con tu prima!

Todas las personas hicieron sonidos de asombro e impacto y yo salí del lugar caminando furiosa, con los puños apretados.

Cuando salí del lugar, comencé a reírme.

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