Capítulo 4: Lesión

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Me sentía tan incomoda como cuando fui a mi primera entrevista de trabajo, la que había sido en La Dulce Ruta.

Milo le había pedido a uno de los hombres de seguridad que me entrara a la casa tomando en sus brazos como princesa y que revisara mi pie lastimado.

El musculoso y alto hombre, me había sentado en un sofá de la sala y me estaba poniendo una bolsa de gel frío.

Milo estaba parado mirándonos, como si estuviera vigilando que no hiciera ningún desastre dentro de su hogar.

En ese momento, una chica, con el típico traje negro y el delantal de sirvienta, se acercó a Milo.

—Milo... la señora viene para acá.

Milo suspiró agotado.

—Bien... ¿puede caminar? —le preguntó al hombre de seguridad.

—Es un esguince. No debe poner presión en ese pie por un tiempo.

—Claro que puedo...

Me puse de pie, pero cuando apoyé mi pie afectado en el piso, me retorcí por el dolor y perdí el equilibrio. El hombre me sostuvo y me miró con un aire de superioridad.

—Bien, él tiene razón —le dije a Milo.

—Llévala a la oficina —le ordenó al hombre.

—¿Por qué? —pregunté yo.

—Porque necesito que te quedes ahí y guardes silencio.

Yo no dije nada más. Imaginaba que la señora de la que hablaba la sirviente era Elizabeth y suponía que no quería que ella me viera ahí.

—Está bien.

El hombre me tomó al estilo princesa nuevamente y luego me llevó hasta una habitación con libreros, un sofá de cuero sintético y un gran escritorio de madera. Me dejó sobre el sofá y me entregó la bolsa de gel.

—Mantenlo en el lugar donde te duele. Evitará la hinchazón.

Después de decir eso, se marchó dejándome sola en la habitación.

—Adiós...

¿En qué problema me había metido?

[...]

Milo

Estaba esperando que Elizabeth no se quedara demasiado. Esa era mi casa, pero seguía apareciendo ahí como si fuera de ella.

En unos minutos, la puerta principal se abrió de golpe, como si quisiera llamar la atención.

—Vine por unas cosas.

Me encogí de hombros.

—Bien por ti.

Elizabeth no dijo nada, solo comenzó a caminar hacia un lugar que no me gustaba.

—¿Qué cosas? —pregunté, mientras la seguía.

—Libros.

«Mierda».

La detuve.

—¿Cuáles? Yo iré por ellos.

—¿Desde cuando eres tan caballero?

—Siempre lo he sido.

Elizabeth rio con ironía.

—Los buscaré yo.

Intentó avanzar de nuevo, pero la detuve poniéndome frente a ella.

—Esta es mi casa. No puedes meterte a cualquier lugar así como así.

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