Lee Felix todavía estaba actuando de una manera bastante cautelosa para cuando Hwang extendió una mano y tocó suavemente su cabello. Susurró:
—¿Te ayudo a cambiar?
Felix negó con la cabeza y quitó el primero botón de su pijama por su cuenta.
—No.
—¿Qué haremos si tienes todavía dolor de estómago mañana?
Felix estaba cansado y encontró una posición cómoda sobre la cama antes de contestar:
—Si eso pasa, voy a acostumbrarme a vomitar.
Hwang sonrió y le acarició nuevamente la espalda:
—Entonces duerme, déjame abrazarte por favor.
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Hyunjin comenzó a trabajar muy temprano en la mañana. Para cuando Felix despertó, vio al hombre junto a él mirándolo con cuidado.
Hwang Hyunjin todavía tiene muchas cosas que hacer hoy. Lleva puesto un conjunto de corte fino, sus hombros se ven anchos y sus piernas parecen más largas que de costumbre. Su apuesto rostro se ilumina gracias a la aparición de una sonrisa al decir:
—Cuando termines de despertar, te levantas y tomas una ducha. Te traeré el desayuno.
Felix asintió, se sentó y bostezó. Finalmente, al comenzar a estirarse como un perro, terminó por sentirse muchísimo mejor. Hyunjin se rio, y la mano grande presionó el caos de cabellos sobre la cabeza de Felix hacía abajo. Al retirar la palma, miró su reloj y reaccionó:
—Tengo que ir a firmar unos permisos y no podré acompañarte mucho en casa. Ya ves que antes de año nuevo la gente quiere solucionar todos sus problemas. ¡Cómo si pudiera hacer milagros! —Hyunjin salió de la habitación, pero de repente parece recordar algo importante. Se da la vuelta y pregunta—: ¿Qué quieres comer durante la noche? ¿Cocino o vamos a cenar afuera?
Felix se muestra muy reacio a sonreír y dice:
—Jinnie Hyung, ven.
Hwang Hyunjin pudo ver que la sonrisa de Lee esconde otras emociones. Parece tener pena y una infinita tristeza, como la de una persona que parece estar a punto de tomar una decisión final. No puede pensar en el motivo exacto y por un momento, solo lo ignora y se aproxima tal y como lo desea.
Felix abrazó a Hwang Hyunjin por más de medio minuto. Luego se recostó y mordió la barbilla de Hwang antes de murmurarle:
—Regresa temprano por la noche.
El corazón de Hyunjin se siente pesado:
—No vayas a esforzarte mucho, ¿de acuerdo? Si quieres algo, llámame y haré que Kim lo consiga para ti.
Felix finge ser tierno y lo empuja mientras sonríe:
—Bueno, ¿cómo es que todavía estás aquí? Ya ni parece que seas un adicto al trabajo.
Hwang Hyunjin todavía se siente terriblemente preocupado. Piensa que tal vez podría quedarse un poco más pero el carácter de sus clientes es exigente y tal vez el negocio no aminore hoy. Después de pensarlo con cuidado, recuerda que ha quitado de todos los cajones las cosas peligrosas por lo que no hay razón alguna para que se pueda causar algún accidente desagradable.
Se despide, le da un beso y se va.
Lee Felix no pudo respirar en paz hasta que escuchó el sonido de una puerta cerrándose. Se bajó de la cama y se asomó por la ventana. El ascensor estaba descendiendo también... Lee se apresura entonces a ir hacía la sala de estar, saca la cabeza por el balcón y ve al hombre que camina por las enormes calles vacías repletas de nieve. Mientras más lo pierde de vista, más piensa:
—Hwang Hyunjin, mira hacia atrás, déjame ver tu cara otra vez. Déjame verte una última vez.
Hwang nunca volteó. Las últimas emociones de Felix se escaparon en forma de lágrimas.
Estaba tan triste que lloró y vomitó de nuevo.
Se apresura a darse una ducha y se lava de adentro hacia afuera. Se cambia de ropa y guarda un buen tanto en una maleta vieja. Uno de sus abrigos favoritos fue comprado por Hwang Hyunjin hace siete años. Es piel de camello especialmente gruesa. Lee Felix puso dinero, tarjetas de crédito, tarjetas de identificación y tarjetas bancarias en el bolsillo de su abrigo, hay más de 40 dólares en centavos. Preparó mucha comida para los gatitos y se mostró muy reacio a mirarlos cuando dice:
—Lo siento... No hay forma de que los lleve...
Tenía miedo de que Hwang Hyunjin no pudiera soportar a estos pequeños animales después de que se fuera, pero realmente no había otra manera.
Nunca sintió que caminar fuera algo tan relajante. No se queda con nada. No se lleva sus libros de poesía, ni a los gatos, ni el anillo, ni sus medicamentos. Cuando llega a la estación de tren, Lee Felix abre el teléfono móvil. Hay muchas noticias y muy pocas llamadas, la mayor parte de sus notificaciones son mensajes de texto. Los mensajes enviados por Lee Minho resaltan de entre todos:
«Lo siento, pero mi corazón es sincero contigo»
«¿Estás enojado? Al menos manda un mensaje para saber si estás bien, ¿de acuerdo?»
«¿No vas a ir hoy tampoco a la quimioterapia?»
«¿No vendrás? No trates tu cuerpo tan mal»
«Te lo ruego, cuando te cures ya no te volveré a molestar. Lo prometo»
Después de haber ignorado sus mensajes de texto, Lee sabe que posiblemente no es una buena idea llamarle. Lo duda por un momento, pero cuando lo hace Minho lo atiende pronto, como si hubiera estado esperando esta llamada.
—¿Felix?
—Doctor Lee, lo siento, he estado ocupado durante tanto tiempo... Estoy enfermo y...
—Tranquilo, está bien...
Felix parece estar a punto de llorar:
—¿Por qué dices que está bien? No te contacté por días.
—... Voy a tu casa a buscarte.
El tono de Lee Minho se suavizó, Felix sonrió y dijo:
—Me voy, doctor. Finalmente me voy.
—¿Qué? Lee, ¿qué estás...?
—Cuídate.
Felix colgó el teléfono y lo apagó. Miró el boleto del tren en sus manos y cerró los ojos.
