IX

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Alice

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Alice

Desperté, tenía mucha hambre ya que el día anterior no había cenado. Vi mi celular. Eran las doce del mediodía. Me levanté y saqué de la maleta unos jeans, una blusa gris de manga larga, mis Vans negros, y me metí a bañar. Después de una larga ducha, salí del hotel en busca de un restaurante. Vi donde habíamos almorzado Susan y yo. Lo pensé un poco, pero al final entré. Caminé hasta la mesa del rincón y mientras esperaba a que me atendieran veía por la ventana. Era domingo, y las personas paseaban con sus familias.

Me llamó la atención una pareja con sus dos hijas. Me recordó cuando Susan y yo éramos pequeñas, cuando mis padres nos ponían atención y pasaban más tiempo con nosotras. Tenía doce años y mis padres habían entrado a trabajar en una compañía de Bienes Raíces. Viajaban con frecuencia, y cuando no salían del país, los veíamos solamente por las mañanas cuando nos dejaban en el colegio. Después de eso yo tenía que recoger a Susan para ir a casa, e intentar hacer algo que se pudiera comer, porque no sabía cocinar y mi madre no dejaba lista la comida. Mis padres no regresaban hasta tarde por lo cual no los volvíamos a ver hasta el siguiente día cuando tenían que llevarnos al colegio. Mi vida se hizo rutinaria: hacía lo mismo todos los días, con la diferencia que después de tantos intentos fallidos aprendí a cocinar y hacer los quehaceres domésticos. Lo único bueno de convertirnos en vampiros es que mis padres ahora pasaban más tiempo con Susan. Ella necesitaba que sus padres la cuidaran y se preocuparan por ella; que le pusieran atención para que no le pasara lo mismo que a mí cinco años atrás.

—Hola, ¿cómo estás? —oí una voz. Volteé asustada. La señora que me rentaba el departamento me había tomado por sorpresa.

—Hola, ¿no me diga que trabaja aquí? —Traía puesto el mismo uniforme que el chico que nos había atendido el día anterior.

—En realidad, soy la dueña del restaurante—me dijo, con una gran sonrisa.

Después de verla atentamente, me di cuenta de que el parecido era increíble, sólo el color de ojos era distinto.

—No quiero ser indiscreta, pero ¿el chico que trabaja aquí es su hijo? —pregunté.

—¿Ya sabes qué vas a pedir? —exclamó mientras reía.

—La verdad no, pero dejaré que usted me sorprenda.

—Bien, te traeré el platillo especial—me dijo, aún riendo, y se retiró.

No pregunté qué era, pero sabía delicioso. Pero el apetito se me quitó al ver a dos chicos que estaban sentados en la mesa de enfrente, besándose de una manera tan asquerosa, que la chica, excitada, empezó a hacer ruidos. Las personas los veían y decían cosas sobre ellos, pero al parecer no les importaba. Los niños presentes estaban hasta asustados por aquellos quejidos.

Les hablé, pero no me hicieron caso. Estaban demasiado ocupados. Entonces agarré mi vaso con agua y la eché encima de ellos. Estaba helada. La pareja se separó de inmediato.

Alma De Un DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora