5. Un cielo sin estrellas

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Aun cuando acabo de escuchar el clic del seguro que le ha puesto Garnett a la puerta no puedo evitar correr desesperada hacia ella y tratar de hacer girar el pomo.

      Pero es inútil.

      Justo como ahora me siento.

      Comienzo a darle golpes a la puerta, uno tras otro, pero no sirve en absoluto.

      Hay tanta rabia en mi cuerpo, siento que el corazón me va a mil por hora y que mi respiración se agita cada vez más y más. El aire se vuelve pesado.

      Me doy media vuelta y por primera vez comienzo a ver lo que hay en la habitación en la que me encuentro cautiva.

      Un pesado candelabro encendido con perlas que se ven viejas y amarillentas cuelga en el centro del lugar iluminando todo, justo sobre la cama deshecha.

      Me siento asqueada. Me he despertado sin mi ropa, en un lugar desconocido y ¡con ese idiota! Me niego a pensar que ese tipo me haya tocado, pero y si él… Pero… ¡No!

      De pronto siento una necesidad enorme de bañarme, darme una larga ducha y en secreto agradezco no recordar cómo es que acabé así con un Anesi.

      Quizá por ahora sea lo mejor.

      Pero si me ha hecho algo él o alguien más lo pagarán y con sangre.

      Las lágrimas de desesperación y terror comienzan a aflorar en mis ojos pero las logro mantener a raya. No estoy como para ponerme en el papel de la princesa indefensa y tonta, ya bastantes años he vivido siéndolo.

      Es hora de un cambio.

      Guardo en mi memoria cada cosa que hay y que me puedan ayudar para salir.

      Una cama. Una mesa de noche. Un escritorio con su silla. Un ropero y ventanas. Ventanas. Ventanas. Ventanas.

      La esperanza vibra en mi pecho, corro hacia ellas y retiro las pesadas cortinas para ver al exterior y casi me quedo sin aire al ver lo que está frente a mis ojos.

      Estoy a más de cinco pisos de altura, pero eso no es lo que me hace sentir sin aire.

      No hay ni un solo árbol, no hay flores, no hay animales, no hay agua, el cielo es gris y el sol apenas se logra ver pero es como si fuera una especie de bruma dorada. Para nada como en casa. Me pregunto si es que sigo en Italia pues por lo que sé cuando la Tercera Guerra estalló en todo el mundo los niveles de contaminación eran ya pésimos y si bien hubo países que se mantuvieron fuera de la guerra algunos desaparecieron en su totalidad por la infertilidad de los suelos en los que vivían. El agua era toxica. El aire sucio.

      Así fue como la mitad del continente Americano, de Belice y Guatemala hasta el final de Argentina y Chile sucumbieron desapareciendo del mundo para siempre.

      Creía imaginarme cómo fueron las cosas en el pasado pero esto que veo ahora me hace dar cuenta de que en realidad no sé nada del mundo, de que siempre he vivido en una burbuja gigantesca de mentiras e ilusiones.

      Agito la cabeza tratando de enfocarme en escapar de aquí, rápido busco algún botón para abrir la ventana pero no lo hay. En ninguna de las tres ventanas lo hay.

      Tomo entre mis manos la silla de madera del escritorio y con toda mi fuerza la golpeo contra la ventana. La silla se rompe en mil pedazos. Y la ventana parece intacta.

      Grito frustrada.

      Abro de par en par el ropero y de un jalón saco toda la ropa colgada sobre un tubo de metal que hay. Luego busco la manera de zafarlo y después de doce minutos lo logro.

Sin alas © || [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora