21. Lo que llaman esperanza

40.3K 2.7K 1.1K
                                    

Ferdinando Radetti.

Las puertas del Gran Salón están abiertas, los guardias al verme saludan y yo sin prestarles ninguna atención los paso, entro a la enorme habitación haciendo eco a cada paso que doy.

El lugar está lleno de sirvientes haciendo su trabajo, algunos colocan candelabros nuevos, cambiando los que hay por unos mucho más adecuados a lo que se presentará, otros extienden una fina alfombra roja por la cual el día de mañana yo caminaré directo al trono y por fin podré tomar posesión a lo que me corresponde.

Nadie se percata de mi presencia ahí, todos están tan ensimismados en sus tareas que se han olvidado de lo que les rodea. ¡Ridículo! Nadie puede ni debe ignorar a su futuro rey.

Pero cuando estoy por llamarles la atención a estos pedazos de incompetencia una voz ligera resuena a mis espaldas.

―¡Ferdinando!

Sonrío para mis adentros ocultando la alegría que me da poder escucharla, doy media vuelta y giro para poder verla, alcanzando a notar que los sirvientes dejan sus ocupaciones percatándose de mí, hacen una rápida reverencia y después seguir con lo que hacían.

―Princesa Georgina, has llegado pronto ―saludo tomando su mano en cuanto ella me la ofrece y se la beso.

―No podía esperar más a verte ―retira su suave mano de mis labios y yo me enderezo―, no sabes lo mucho que te he extrañado ―habla con su tan personal acento español que desde siempre me ha hecho gracia.

Miro sus ojos acaramelados que brillan como los mismos diamantes, aunque son mucho más hermosos y valiosos que éstos.

―Tienes razón, princesa, no creo tener una idea de qué tanto me has echado de menos. Ni siquiera creí que eso pudiera pasar.

―¿No se te ocurrió que extrañaría tu molesta presencia? ―dice entre risas.

Yo me limito a mostrar una discreta media sonrisa.

―No. ¿Por qué habrías de hacerlo?

Estruja sus labios antes de hacerme un guiño con su ojo izquierdo, da un par de pasos hacia mí y yo de inmediato le ofrezco mi brazo.

Ella lo toma.

―Oh, no lo sé, príncipe, quizás sea que tú y yo hemos vivido juntos los últimos dos años y de un día a otro tus padres deciden que debes volver a Italia.

―Tienes razón, quizá pueda ser por eso.

Asiente delicadamente mientras salimos del salón y comenzamos a caminar por el palacio.

―Siempre tengo razón, Ferdinando, como cuando dije que tu nombre era el más tonto y sin sentido que haya escuchado.

Pongo los ojos en blanco y giramos a la derecha en cuanto llegamos al final del corredor.

―Pero debes admitir que hace de mí alguien más interesante.

―Oh, sí, sí, por supuesto.

―¡Princesa Georgina de las Casas Ruiz! ―le reprendo sin molestia―, ¿te estás burlando de mí?

Ella voltea a verme y observo como sus piel cálida se sonroja.

―Amigo, sabes que así funciona esto entre nosotros dos. Yo me burlo y tú... bueno, tú aceptas todo sin más.

Y ahí está esa estúpida palabra << amigo >>.

Sin alas © || [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora