25: Héroe de desgracias

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Observaron el trozo de papel en blanco cada uno desde una esquina, sin saber qué hacer con él, como si los separara a cada uno en distintos puntos cardinales. Parecía no tener nada de especial, pero imponía su presencia justo por eso, por la invisibilidad de las respuestas que se escondían en él. Y no venía acompañado de otro objeto, como la última vez, algo que les diera la clave para ser capaces de ver el misterio. No sabían qué había que echarle encima para que reaccionara y mostrara su escondrijo, pues seguro que había algo que echarle encima.

—¿Seguro que esta es la verdadera pista? —inquirió Alix algo después de manosearla para ver si la grasa de sus dedos actuaba como acelerante.

—¡Por supuesto! —exclamó Elisa, ofendida—. Pero no va a mostrarse con tan solo mirarla.

—Ya...

Nix alargó un brazo desde su silla y cogió el papel. Lo desdobló y lo puso delante suya. Luego lo levantó al trasluz de la ventana. Lo frotó con los dedos índice y pulgar, como si esperara que se despegara una capa oculta, pero nada.

Tenía los dedos manchados de carboncillo por haber estado pintando con él en el parque y dejaron una mancha de gris profundo en el papel.

—Ya lo sé —exclamó.

Sacó del interior de su abrigo una caja metálica, pintada en plata, sin decir nada ni explicar por qué, aunque los tres amigos habían empezado a hacer preguntas en voz alta. Abrió la caja y sacó un lapicero de carboncillo negro, el mismo que le manchaba los dedos. Empezó a colorear el papel en blanco con él.

—¿Qué haces? —gritó Alix, con la voz de su garganta volviéndose aguda, chirriante. Había sentido como su corazón se paraba cuando Nix había empezado a manchar el papel. Se abalanzó sobre su espalda y se alargó para arrebatarle el lápiz, pero se petrificó a medio camino. A medida que la punta del carboncillo se desplazaba por el papel, y segundos después aparecía la marca de negro, había partes, líneas, que no se pintaban.

Alix esperó a que Nix terminara de colorear, concentrado como estaba en la tarea, y cuando terminó, mostró el descubrimiento en alto.

Era líneas blancas pintadas en negativo.

—Veréis —explicó—, encontramos la pista entre dos raíles, ¿no? Sobre los raíles pasan trenes, ¿cierto? ¿Y qué es lo que mueve los trenes?

Esperó a ver si alguno contestaba, pero sus palabras no les llegaban a los oídos, se perdían en el aire, rebotaban contra la burbuja de impresión que les envolvía y volvían hacia él sin encontrar un recipiente sobre el que volcar su sonido.

—Ya os lo digo yo, pues. El carbón. Y la punta de los lápices está hecha de grafito, que es un derivado del carbón. Si pasas un lápiz por un papel previamente pintado y borrado, revelas lo que se había escrito, o dibujado, en él.

—¿Y qué es lo que aparece en la pista? —inquirió Alicia, desprendiéndose de su burbuja insonorizante.

Nix giró la cabeza y observó el dibujo.

—Pues parece un laberinto.

—No tiene sentido —exclamó Hudson—. ¿Qué se supone que muestra?

Nix elevó el dibujo y se lo mostró.

—Quizás el centro, ¿ve el cuadrado grande que hay en medio?, sea el lugar de la siguiente pista.

—¿Y cómo lo resolvemos? —cuestionó Alicia.

—Creo que puedo averiguarlo —respondió Nix. Alicia captó un brillo peculiar en sus ojos, como rojizo, cuando lo dijo.

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