16: El frío siempre entra por los pies

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Los agujeros de pared solían desembocar en algo oscuro y generalmente peligroso, pero era indudable que cuántos más libros cuyos protagonistas se enfrentaran a la terrible encrucijada de tener que decidir entre entrar en un túnel escarpado en piedra y encontrar una respuesta, puede que mortal, o echarse atrás y permanecer en eso que la gente se afanaba en llamar la "feliz ignorancia", más se decidían los personajes por entrar en el peligro. Era como si fuera algo instintivo que fuera a la par con las cosas formadas por abecedarios, como si las letras les tiraran por esa penumbra, como si dentro de esas paredes oscuras se revelara el secreto de las páginas que se volvían reales.

Nix había leído mucho sobre eso. Sobre ese fenómeno de los túneles oscuros, los misterios peligrosos, las aventuras despiadadas y el mismo afán por cometer siempre el mismo error. Desde Alicia en el País de las Maravillas a toda clase de cuentos de terror. Lo había interiorizado y entendido. Había comprendido que siempre, en cualquier caso en el que hubiera un personaje delante de un túnel oscuro, el personaje bajaría por el túnel oscuro. Siempre se decidían por la opción oscura. La opción oscura siempre obligaba a bajar. Y el descenso por la opción oscura no solía desembocar en una sauna de baños calientes ni nada que fuera agradable, o cómodo, precisamente.

Y sin embargo, y pese a conocer todos esos detalles, pese a saber que los túneles oscuros debían ser rechazados, fueran las páginas de un libro o una realidad difuminada por carboncillo, cuando entró en él solo fue capaz de recordar siete palabras. «El frío siempre entra por los pies». Y efectivamente, en ese momento en el que al sonido de sus pasos lo ahogaba el moho y la humedad del túnel oscuro que descendía, Nix sentía frío. Un frío de calambres enredándose en torno a las plantas de sus pies, esquivando las suelas de sus zapatos y subiendo por sus piernas, colándose en sus huesos, y en las palabras que su madre le había repetido una y otra vez en su infancia lejana: «El frío siempre entra por los pies». Nunca había llegado a equivocarse.

—¿Por qué siempre soy el primero en adentrarme en sitios sospechosos? —inquirió para ahuyentar a las telarañas de pensamientos neblinosos y recuerdos fríos. Habían entrado en fila india, pues el túnel era tan estrecho que solo cabían de uno en uno, y, por supuesto, Nix iba en cabeza, Alix a sus espaldas, Elisa después y Alicia cerraba la marcha.

—Confiamos en que sepas defenderte en caso de ataque —respondió la última.

—Claro que sí...

La luz del principio del túnel empezaba a diluirse comida por las sombras. La leve envoltura de calor que sentía detrás de él era lo único que ayudaba a apaciguarle los nervios. La temperatura se escoraba hacia abajo y los grados descendían como con cuentagotas. Se alegró de llevar gabardina y capa. Solo podía escuchar tres cosas: los ecos de cuatro pares de zapatos contra la piedra húmeda, cuatro respiraciones desacompasadas uniéndose en un coro de resuellos desafinados, y el latido de su propio corazón intensificando los latidos alrededor de su ceja. Se le subía el corazón a los ojos cuando sentía que algo iba mal, y en ese momento sentía que muchas cosas iban mal. Como si sus oídos estuvieran escacharrados y quisieran jugarle una mala pasada, también escuchaba un par de pasos extra. Muy débiles, casi como el aleteo de una mariposa cerca de su oído.

Cuando habían avanzado lo que podían ser cien metros o diez minutos —ahí abajo el tiempo y la distancia dejaban de tener sentido y se confundían unos con otros—, la luz desapareció por completo.

—Alix, tengo miedo. —Se escuchó la voz de Elisa, apenas un susurro. Pero sin vista el sentido del oído se expandía y su voz rebotó hasta todos.

Alicia se acercó a ella.

—¡Boo! —exclamó muy cerca de sus hombros.

Elisa gritó y se abalanzó sobre Alix, que trastabilló contra Nix, que se mantuvo firme y fue capaz de sujetar a los tres.

Cenizas en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora