CAPÍTULO 18

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Varios años en el océano le enseñaron a Makara que todo tiene un precio, que ningún favor llega sin esperar otro a cambio y que la confianza no es algo que se le pueda tener a un extraño

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Varios años en el océano le enseñaron a Makara que todo tiene un precio, que ningún favor llega sin esperar otro a cambio y que la confianza no es algo que se le pueda tener a un extraño. En sus viajes y aventuras había sido víctima y artífice de engaños, de estafas y de mentiras. Había aprendido por las malas, pero agradecía la experiencia. Él era el dragón del océano, después de todo, no solo por sus hazañas sino también porque, cuando él rugía, los otros piratas se encogían con respeto y temor.

Quien lo viera encerrado, herido y en un estado tan deplorable como el que tenía en esos momentos, sería incapaz de reconocerlo. Los eventos de los últimos días no habían tenido piedad de él, de su cuerpo o de su salud. Al menos, su mente funcionaba todavía con claridad.

Y, en la suma de su experiencia y su desesperación, dos caminos tenía frente a sí, dos posibilidades entre las que debería escoger pronto. Ambas los llevarían, probablemente, a la muerte, solo era cuestión de preferencias.

De una de las opciones Makara tenía sospechas. La oferta que había recibido era tentadora, demasiado buena para ser real. Y, sin embargo, ponderaba la posibilidad de aceptarla. Esta propuesta retrasaría la muerte segura que lo esperaba si decidía abandonarse a los eriantes. Era una propuesta que brindaba un ínfimo rayo de esperanza.

Nada tenía para perder salvo la cordura.

La pregunta que debía hacerse era sencilla, aunque la había aplazado por más de veinticuatro horas: ¿deseaba él ser ejecutado al día siguiente o prefería arriesgarse a sobrevivir por un tiempo más, aunque este no fuera demasiado? Todavía le quedaban sueños por cumplir y metas por alcanzar. No deseaba permitir que su leyenda se hundiera hasta el fondo del océano tan pronto.

"Lo haré", se dijo por fin, con convicción. Tomaría la tentadora, aunque sospechosa, propuesta que había recibido.

La madrugaba acababa de arribar y en cualquier instante recibiría una última visita de su inesperado aliado. El eriante en cuestión no le dijo su nombre, tampoco explicó sus motivos. La oferta que le hizo era simple y clara: "No hagas preguntas, toma las llaves, toma a la niña y desaparece. La culpa recaerá en Ivar. Tienes dos días para aceptar lo que propongo. No espero nada como retribución salvo la satisfacción de ver a nuestro enemigo en común de rodillas, derrotado".

Las palabras se repitieron en su mente con casi total exactitud. Eran, después de todo, las últimas que había escuchado.

Una parte del pirata deseaba satisfacer su curiosidad al respecto de la identidad de este misterioso capitán, preguntar los motivos antes de aceptar; pero sabía que no era de su incumbencia. El hombre le ofrecía una oportunidad y él iba a tomarla. Ahí se acababa el pacto.

El pirata se preguntó por un instante cuál sería el castigo de Ivar por el error. A pesar de su creciente enemistad, consideraba que su captor no debería ser ejecutado por una injusticia y le preocupaba, aunque fuese mínimamente, el destino del eriante en desgracia.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora