CAPÍTULO 15

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Sus planes se desviaron un poco

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Sus planes se desviaron un poco. Y de una manera un tanto inconcebible.

Luego de pasar por la biblioteca antigua para encargar la recolección de ciertos títulos, y tras recibir el consentimiento del rey para reclutar más hombres, el capitán Ivar no pensó en nada más que en priorizar sus planes. Había conseguido la aprobación que necesitaba, ahora solo le quedaba apresurar al resto de sus subordinados para que consiguieran provisiones para el próximo viaje mientras que él se encargaba del resto.

Ivar llegó a la isla Limandi una tarde calurosa. Además de ser la base militar del reino, el sitio ocultaba en su interior a los peores criminales, a aquellos que no podían encerrarse en una prisión común.

Ese mismo día, en la construcción penal ubicada en medio de la pequeña isla y rodeada por una muralla enorme que obstaculizaba cualquier intento de escape, algunos prisioneros conspiraban entre ellos para crear el plan perfecto y así lograr obtener la libertad deseada.

Y era justo el día que Ivar arribó en la isla. El capitán fue testigo del intento de escape.

El eriante había dado su primer paso dentro de la base cuando, de forma repentina, se convirtió en un rehén improvisado de los criminales. Él era consciente de la responsabilidad de su cargo y de lo que significaba encontrarse en esa posición desfavorable. Los marineros de rango inferior se veían amenazados ante la acción de los reos rebeldes, pues con él haciendo el papel de prisionero, los eriantes fácilmente podían ser controlados mediante amenazas. Tenían que respetar la vida de sus superiores.

Había sido un movimiento astuto por parte de los criminales, por supuesto, pero Ivar no era un capitán cualquiera al que podrían usar con facilidad.

El líder miraba fijo al teniente Kioba, quien lo había acompañado desde el continente y que se mantenía inmóvil a solo unos pasos de distancia. Estaba en alerta. La mirada que ambos hombres se dirigían cargaba un mensaje de advertencia.

Ante la tensión, el capitán soltó una carcajada pequeña. Por reacción a ese acto, pronto sintió el filo de una cuchilla contra su cuello. Un movimiento en falso ocasionaría su propia muerte.

―¿De qué te ríes? No olvides tu posición ―amenazó el hombre que estaba a su espalda.

―Yo no me olvido ―respondió Ivar con altanería―. Y espero que ustedes no olviden la suya ―agregó. Más que un mensaje para su opresor, parecía decírselo a sus subordinados, en especial a Kioba que aún no perdía el contacto visual con él.

―¡Ordena que retrocedan! ―bramó impaciente su captor―. Diles que, si no hacen lo que les pido, te mataré.

―¿Por qué debería hacerlo? Tú sostienes el cuchillo, mejor hazlo tú. Anímate, ordena lo que quieras ―lo instó el capitán, todavía sonriendo.

―¡Suelten sus armas y déjenos pasar! ―A medida que el hombre hablaba, intencionalmente hundía el metal filoso en la piel de Ivar, sin llegar a causar una herida mortal. Lo necesitaba con vida hasta encontrarse a varios kilómetros de la prisión.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora