CAPÍTULO 10

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El pequeño puerto cobró vida cerca de la medianoche

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El pequeño puerto cobró vida cerca de la medianoche. Las primeras luces se encendieron junto con las estrellas y, en poco tiempo, por toda la isla comenzó a escucharse la algarabía de una jornada que recién daba comienzo, antes de que los marineros se emborracharan, antes de que comenzaran las disputas violentas y antes de que el viento arrastrara los gemidos de las prostitutas hasta la costa. La primera hora en Zelom tendía a estar colmada de alegría, de sueños y de deseos, era mágica.

Makara regresó a la Acantha casi sin aliento. El tiempo se le había escapado de las manos durante su conversación con Baccalo, con quien habló sobre los viejos tiempos, sobre las noticias que iban y que venían desde los rincones más alejados del mundo, sobre futuros planes y sobre otras nimiedades. Eran, después de todo, viejos amigos, un maestro y su alumno. La edad le había robado a Baccalo parte de su buen juicio, pero Makara todavía apreciaba los consejos y datos que el hombre le había brindado cuando él recién se embarcaba en su gran aventura.

La tripulación del Dragón del Océano comenzaba a impacientarse. El navío estaba limpio y preparado para recibir un nuevo cargamento de provisiones al día siguiente. Un desafortunado marinero descansaba en la popa, junto al último barril a medio acabar de cerveza ya casi sin sabor. Montaría guardia toda la noche, aunque sabía que nadie intentaría atacarlos. A nadie le agaradaba pasar su única noche en tierra firme como campanilla del barco, aunque alguien debía hacerlo. Al menos, la selección era siempre al azar e incluso el contramaestre había sido escogido en un par de ocasiones. Era cuestión de suerte.

El resto de los hombres caminaba por la costa, de un lado al otro y hasta el comienzo de las dunas. Oían a lo lejos algunos sonidos del puerto y se imaginaban los placeres que esperaban por ellos al llegar. Solo necesitaban ser pacientes hasta que regresara su capitán. Los gemelos jugaban con hueso humano que habían desenterrado de entre las dunas mientras que otro pirata orinaba desnudo detrás de una gran roca. Algunos dormitaban con los pies enterrados en la arena y los más ansiosos caminaban en círculos, sin nada mejor que hacer.

Cuando el capitán apareció, por fin, en la costa, todos los marineros dejaron lo que hacían para presentarse frente a él. No necesitaban palabras u órdenes, lo respetaban por ser quién era. Ningún miembro de la tripulación pensaría jamás en faltarle el respeto a Makara, el código de conducta era tácito. Aunque quisieran reclamarle por su retraso, no lo harían.

En silencio y con una sonrisa ladeada en su rostro, el líder hizo una señal para que lo siguieran. Atravesar las dunas de noche podía desorientar a algunos. El capitán llevó una de sus manos al bolsillo en el que había depositado el dinero y la otra, a la pistola que cargaba consigo en la funda de su cinto. No se podía bajar la guardia en Zelom, en especial cuando se cargaba con dinero o con poder.

Guio a sus hombres por varios kilómetros de subidas y de bajadas, de arena seca que raspaba contra su piel y que intentaba lastimarles los ojos cuando el viento soplaba en su contra.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora