CAPITULO 05

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Ivar se levantó de sopetón por la pesadilla que obstaculizaba su descanso

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Ivar se levantó de sopetón por la pesadilla que obstaculizaba su descanso. Ante su repentino despertar, descubrió que su respiración estaba acelerada y que el sudor salpicaba su rostro por completo. Se llevó una mano hacia los cuencos de su cabeza y frotó sus sienes con la punta de los dedos. Tenía una terrible jaqueca.

Gracias a la luz de la luna que entraba por el ojo de buey del camarote, Ivar no tuvo la necesidad de encender el candelabro que se situaba en la mesa a un costado de la cama. Su visión pronto se acostumbró a la penumbra, y pudo esquivar los muebles y sillones hasta llegar al cuarto de baño. Tomó un recipiente de agua limpia que siempre tenía listo y lo usó para mojar su rostro, pensando que al hacerlo podría espantar los recuerdos de su pesadilla. Tan pronto terminó, se secó con una toalla y volvió a su habitación. Las heridas de su aventura en la isla sin nombre dolían y molestaban, aunque el pretendiera ignorarlas para que nadie viera su debilidad; tenía cortes y golpes teñidos de oscuro sobre su piel. Ningún hueso roto, por fortuna.

El silencio en el barco era significativo y extraño, solo se oían el zumbido del viento y la calma del océano que, a él, le traían malos recuerdos. Más despabilado, se dio cuenta de que, sobre el pantalón, llevaba únicamente las vendas que cubrían sus brazos. Buscó en su guardarropa una chaqueta para protegerse del ambiente gélido. Quería salir a despejar su mente y observar la trayectoria hacia la capital para entregar a su majestad el informe de lo sucedido. Seguir a Kodiak era primordial también, pero necesitaba conseguir más provisiones, nuevos hombres para sustituir a los caídos y algunas cosas que solo conseguiría en la ciudad de Avelí.

Al salir al pasillo central bajo la cubierta, descubrió que los encargados de la vigilancia de esa noche se encontraban dormidos. Uno de ellos roncaba y el otro balbuceaba cosas sin sentido. El capitán los ignoró mientras pensaba en el sermón que les daría en la mañana. En el fondo, comprendía el cansancio de los marineros, era solo que poseía una reputación que mantener.

Subió hasta la popa, que estaba desolada. Ese detalle también le resultó peculiar al capitán porque se trataba de una de las partes del barco que jamás debían ser descuidadas. Se arrimó hacia la orilla lateral, desde donde pudo apreciar la inmensidad del océano. Luego, escuchó con claridad el lloriqueo de alguien que no había visto. Aquel sonido apareció tan de pronto que lo desconcertó.

"¿Un soldado que llora en secreto a sus compañeros caídos en combate?, se preguntó.

No, no era eso.

Ivar miró a los lados, incapaz de procesar el tono de ese de sollozo sin caer en la consternación. Era una voz demasiado femenina como para tratarse de la de sus marineros, y llevar mujeres abordo estaba prohibido en cualquier navío real. Sin hacer mucho ruido, siguió la voz con pasos lentos.

Entonces, la vio. Encogida, con los brazos alrededor de ambas piernas y su cabeza enterrada entre las rodillas.

Una niña.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora