CAPÍTULO 02

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 La Acantha había buscado refugio detrás de una formación rocosa a varios kilómetros del punto de encuentro

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 La Acantha había buscado refugio detrás de una formación rocosa a varios kilómetros del punto de encuentro. Imperceptible, la fragata se escondía y acechaba a la espera de alguna señal. Su tamaño no era impedimento para ser uno de los navíos más temidos de todo el océano. La bandera negra y dorada ondeaba siempre con orgullo. Ser miembro de la tripulación bajo el mando del dragón del océano era un honor y un desafío; no había marinero en el grupo que no respetara el símbolo de su capitán.

Quienes tenían más experiencia en combate se aventuraron a la isla. Fueron tan solo diez hombres —casi la mitad de la tripulación— los que siguieron a su capitán. Confiaban en que ellos eran más que suficiente para enfrentarse a cualquier posible enemigo; estaban armados con pistolas y con fusiles, con espadas y con puñales. No sabían con qué iban a encontrarse, pero presentían que esta sería una de esas aventuras que dejaban cicatrices en la tripulación.

El resto del grupo pirata se mantenía alerta en la cubierta de la Acantha. Desde su sitio, eran incapaces de ver u oír lo que ocurría en la isla, pero fijaban la vista en el cielo a la espera de una orden luminosa de Makara.

El capitán, sin embargo, se encontraba en una posición complicada. Sabía que cualquier movimiento en falso podría costarle la vida. Cooperaría, aunque fuese por un rato, hasta poder ver el tesoro con sus propios ojos. Confiaba en que, en una lucha justa, él sería capaz de vencer a Ivar. El problema era que los eriantes eran casi tan tramposos como los piratas o incluso peores: sus metas estaban por encima de cualquier código de honor.

Makara sostenía su mentón en alto y caminaba con largas zancadas. Su mirada no dejaba de escudriñar los alrededores en busca de posibles emboscadas. Cada sonido, por más mínimo que fuera, llamaba su atención y disparaba una serie de suposiciones que le eran imposibles de comprobar. ¿Los estaban siguiendo? ¿Eran vigilados? ¿Dónde estarían sus hombres?

—¿Cuánto falta? —preguntó el pirata por fin, ya varios minutos después de haber iniciado el recorrido entre la densa vegetación del centro de la isla.

—Ten paciencia, pececillo. Si fuese tan fácil llegar al obículo, ya lo habrían recuperado hace décadas —contestó Ivar, sin dejar de lado su habitual menosprecio por el enemigo.

—Dime entonces para qué demonios me has llamado —añadió Makara, impaciente. Cualquier clase de información le sería de utilidad—. Nunca has creído en el legado de los sarachahandaartzs, ¿qué te ha hecho cambiar de parecer?

—Nada —respondió Ivar de mala gana—. Solo deseaba que fueras testigo del momento en el que otro hombre te arrebatara tu sueño. El tesoro en sí me es indiferente, será apenas un obsequio para su majestad. —Esbozó una sonrisa que su enemigo no logró ver, pero que indudablemente percibió.

—¿Un obsequio? ¡¿Sabes siquiera cuál es su poder?! —El pirata perdió la paciencia y alzó la voz en una burla—. Disculpe la impertinencia, honorable capitán, pero debería ponerse todos sus músculos en el cerebro por una vez.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora