Capítulo 7. Rumores

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Capítulo 7. Rumores.


Los Bellizzi contaban nostálgicamente cómo habían llegado desde Italia a Hargetown. En realidad no había mucho que contar. Cuando Alessandro, el padre de Abigail murió le pidió a su nuero Fernando poner a flote nuevamente la empresa que su padre le había dejado. Era una empresa constructora que estaba casi en la ruina por malos negocios, y que en su tiempo Alessandro nunca tuvo oportunidad de rescatar. Para Fernando, su suegro siempre fue como su padre, por lo que aceptó dejarlo todo y emigrar a América con Abigail y una Mía de apenas 5 años.

Por lo que contaban los Bellizzi, llegar a Estados Unidos fue un choque cultural tremendo, al que poco a poco se fueron adaptando. Fernando logró salvar la empresa desde cero, dio trabajo a cientos de personas e incluso contribuyó al buen desarrollo económico de Hargetown.

Los Bellizzi eran una familia adinerada y bien posicionada en el pueblo, la empresa de Fernando había construido prácticamente la mitad de los centros comerciales y hoteles de Hargetown. La otra mitad, era gracias a la empresa de Aaron. Era por eso la importancia de la asociación que ambas empresas habían hecho, prácticamente el creciente desarrollo de Hargetown era gracias ellas dos.

Los mechones castaños de Mía revoloteaban con el viendo pegándole de lleno. Había estado callada desde que ambas familias llegaron a Carnsonee Lake, lucía ausente. También se había apartado de todos y no soltaba el celular. El buen humor de todos los demás y el clima agradable del día contrastaban con el estado de ánimo que denotaba la chica.

Alexis se sentó a su lado sin decir nada, alargándole una lata de coca-cola. Mía la tomó mirando fugazmente a la chica antes de volver su vista al lago.

—¿Te enviaron a investigar por qué no estoy allá?

La pelinegra exhaló una risa. 

—No te preocupes, ya me encargué de decirles que estás preocupada porque no te viene la regla desde hace tres semanas —bromeó.

Mía la miró alzando su ceja perfectamente depilada, pero no dijo nada. Alexis era inteligente y sabía que esa era su señal de salida, claramente Mía no estaba de humor y quería estar sola, pero había algo en la pelinegra que no se quería permitir levantarse de ahí y regresar con los demás. Dejando de lado su apariencia fría y poco preocupada con su entorno, Alexis no podía ignorar a alguien triste. Sus padres siempre le habían inculcado tenderle la mano al otro por muy pequeño que fuera el problema.

La chica recargó su peso hacia atrás sobre ambos brazos y le echó una mirada a Mía.

—¿Echas de menos Italia?

La castaña se encogió de hombros casi imperceptiblemente.

 —La verdad es que tengo muy pocos recuerdos de cuando vivíamos allá.

—¿Y no extrañas lo poco que recuerdas?

Mía mordió el interior de su labio pensativamente. —Unas cuantas cosas, sí.

—Y qué son unas cuantas cosas? —preguntó curiosa.

—¿Por qué tan curiosa de pronto? —frunció las cejas extrañada.

—¿No te han dicho que es de mala educación responder una pregunta con otra?

—Ya —bufó sin amago de molestia— justo tú me vas a venir a dar clases de modales —

Mía intentó abrir la lata que Alexis le había pasado sin éxito, estaba demasiado resbalosa.

Alexis sonrió por lo bajo. Alargó su mano hacia la de Mía quitándole la lata de coca-cola y la destapó sin batallar.

IN BETWEENWhere stories live. Discover now