5

26.3K 2.3K 1.8K
                                    

~La cordura es la máscara
de la locura.

—Maldición, Tiago. ¿Estás demente? —comenté en voz baja buscándolo con la mirada.

Este salió de un pasillo sosteniendo una toalla blanca, con la que limpiaba sus manos manchadas del líquido carmesí. Su mirada estaba fija en lo que hacía, era como si le fascinaba ver la sangre.

—¿Diculpa? —Esa estupidez fue lo único que salió de su boca.

—¿Por qué la mataste?

—Ella quería. —Se encogió de hombros caminando hasta quedar frente a mí.

—Te dijo «Oh, Tiago, mátame» —imité la voz de Sabrina.

Él levantó la cabeza y caminó hacia mí hasta acorralarme contra la pared, con una de sus manos recogió un mechón de mi cabello para colocarlo detrás de mi oreja. Me miró fijamente a los ojos antes de bajar hasta mi oído y susurrar:

—«Haz conmigo lo que quieras, todo lo que no puedes hacer con la aburrida de mi prima» Eso dijo y, considerando que no puedo matarte, dulzura...

Tragué saliva antes de echarlo a un lado. Su justificación me parecía muy boba, pero igual la acepté, él ya había dicho que mataba a "chicas bonitas", y Sabrina no ayudó poniéndose en bandeja de plata.

Di varios pasos por la habitación observando la escena.

—Eres un asesino muy desordenado. Pudiste haberla matado fuera de la alfombra. ¿Sabes cuánto nos llevará hacer que esa mancha salga? —cuestioné muy indignada.

Tiago me observó entre divertido y sorprendido. Quizás mi actitud lo había descolocado, no es que me diera igual que mi prima se encontrara desgollada frente a mí; sino que se había vuelto un hueco en mi objetivo.

Se suponía que en ese momento estaría leyendo las cartas y evaluando que haría después, pero no; ahora tenía que ayudar a un demente a esconder un cadáver. 

Sí que me va el nombre de "chica tragedia".
Porque por donde piso solo dejo desgracia.

Si hubiese sido desordenado fuese psicótico, no psicópata. 

Le miré confusa.

—Te lo explicaré en el camino, dulzura. —Sonrió antes de ponerse de cuclillas y comenzar a envolver el cuerpo de Sabrina en la alfombra.

En ese instante empecé a creer que tenía alguna clase de poder oculto, no era normal que por un momento tuviera una mala impresión de una persona y, luego esa misma muriera.

Eso pasó con mi madre. Me enojé con ella por una estupidez, porque a veces actuamos como imbeciles; dejando que  cualquier cosa influya en nuestras emociones. En ocasiones nos enojamos a tal grado que deseamos cosas que en realidad no queremos.

—¿Dónde está Engel? —cuestioné al ver que el rubio no se encontraba en los alrededores.

—Una de tus tías se lo llevó a la cocina. ¿A qué? No sé —respondió envolviendo un cordón por el cadáver.

Recordé como Fabiola se había retirado excusándose de que iba al baño.

Respiré profundo mirando la habitación, era grande y espaciosa. Una cama matrimonial y un sofá se encontraban al fondo, de un lado un pasillo que a deducir; llevaba hacia el baño y quizás un vestidor —en algunas películas eran similares—, un televisor y uno que otros muebles en decoración. Las casas de mi pueblo no eran para nada parecidas a esta, Serfol era muy anticuado con respecto a todo.

El misterio que me persigue ©Where stories live. Discover now