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45 días después

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45 días después.


Frente al espejo, Salvador se ajustó la camisa verde militar perteneciente al uniforme de la marina armada de México que Ramírez les ordenó que se pusiesen. Él no quiso indagar sobre el hecho de cómo el comandante había obtenido los uniformes oficiales de la marina, solo acató la orden y se lo puso. Con una lentitud que le permitía observarse con minuciosidad, tomó el pesado chaleco antibalas y se lo colocó en su torso, caló con sus nudillos el grosor y se preguntó cuántos impactos de bala sería capaz de resistir, ojalá no tuviese que averiguarlo este día. Tomó el casco de metal y se ajustó la correa alrededor de su barbilla, la acción lo obligó a mirarse a sí mismo, se encontró con sus ojos verdes y prefirió desviar la mirada, no era momento para cuestionamientos reflexivos ni afrontamientos interpersonales, agarró con sus dedos el paliacate rojo que los distinguiría de los marinos de verdad y en cuanto se lo amarró al brazo, huyó de su reflejo.

Karla entró a la habitación cuando él calaba el peso de la metralleta que Ramírez también les había entregado, ella le sonrió de forma tímida y se acercó con pasos lentos, por más que lo trataba de disimular, el miedo se reflejaba en la mirada de la periodista, Salvador no necesitó tenerla cerca para saber que su corazón latía a un ritmo acelerado, él sentía lo mismo, pero sabía disimularlo mejor, era lo que traía la certidumbre de saber que se saltaría a un precipicio profundo, de ser consciente de que se meterían a la boca de un lobo hambriento y que por más preparado que se estuviese, sus vidas pendían de algo tan frágil como la suerte.

—Qué guapo estás —le dijo Karla para aminorar la tensión—, pareces uno de esos soldados de las películas bélicas americanas.

En otras circunstancias Salvador se hubiese sentido alagado por el cumplido, sin embargo, ahora sus pensamientos estaban con otras personas y en otros lugares lejos de ahí, lo único que pudo salir de su boca fue un «Gracias» amargo, tímido y tajante.

—Lo traerás de vuelta, ¿verdad? —le preguntó ella una vez que tomó valor—, dime que traerás a Emiliano contigo.

—Ese es el objetivo —respondió él, incisivo, no era nada personal con Karla, solo ya no quería hacer más promesas.

La periodista agachó la mirada y tragándose el nudo que tenía en su garganta, se disculpó:

—Perdón, Salvador —dijo—, sé que no es momento para estar hostigándote, solo que estoy muy nerviosa.

—No, Karla —le contestó él—, no tienes por qué disculparte, yo soy el que se comporta como un imbécil, discúlpame tú a mí, solo que tengo demasiadas cosas en la cabeza y necesito concentrarme, estar tranquilo.

—Lo entiendo, en verdad lo entiendo, Salvador —se volvió a disculpar ella—, no te molesto más, ya deben de estar por irse,

—No, no te vayas, espera —le pidió Salvador—, para poder irme tranquilo y concentrado necesito dejar todo en orden aquí.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora