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40 días después

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40 días después.


Despertó.

Las gotas de sudor descendían desde su cuello hasta su espalda baja.

Una punzada, constante y dolorosa, hizo que se llevara la mano a la cabeza instintivamente.

Se encontró con borrosas imágenes cuando abrió los ojos y, de inmediato, los volvió a cerrar ante la impotencia de no ver con claridad.

Un olor a tabaco y maleza invadió sus fosas nasales y una sensación de náusea se prolongó desde la boca de su estómago hasta su esófago.

Karla se enderezó y quiso vomitar, pero su estómago no tenía nada que desechar. Volvió a recostarse y se tomó diez segundos para respirar. Abrió los ojos una vez más, poco a poco todo lo que veía a su alrededor se volvió más nítido, sin embargo, el mareo y las náuseas no la abandonaron. El olor a tabaco penetró con más fuerza su sentido del olfato. Se descubrió dentro de un vehículo, y afuera, la noche invitaba a la cautela con su misteriosa oscuridad; a lo lejos se escuchó un búho ulular y la luna brillaba con discreción en lo más alto del cielo.

Una pequeña luz naranja hizo que su atención se enfocara hacia su lado izquierdo. Karla, se talló los ojos con ambas manos para tratar de mejorar su visión, prestó más atención y entonces, pudo percibir la silueta humana que le daba movimiento a la luz que la había hecho voltear. Se concentró y fijó más su mirada, descubrió que ese brillante color naranja tenía origen en un cigarrillo, entendió el porqué de olor a tabaco y la causa de sus náuseas. Se enderezó en seguida y quiso abrir la puerta del vehículo olvidándose de la oscuridad que acechaba fuera del auto, no tuvo éxito, la puerta estaba asegurada.

—Vaya, la bella durmiente ha despertado —dijo una voz extraña, ajena por completo a su memoria.

Asustada, levantó el seguro con sus dedos y abrió la puerta para intentar salir, pero antes que lo consiguiera, una hábil mano con más fuerza que ella, la detuvo.

—Oh no, la bella durmiente no va a ningún lado, se queda aquí, con el príncipe que la ha rescatado.

Gritó, pero su voz ronca y aguda apenas y pudo salir de su garganta.

Lo intentó una vez más y un «auxilio» salió de su boca y retumbó dentro del vehículo, a Karla le pareció que el hombre que sujetaba su mano se reía, iba a volver a gritar, pero se detuvo, la punzada no dejaba de taladrarle la cabeza, sin embargo, comenzaba a recuperar la conciencia, a pensar con más claridad. Se tomó unos segundos para analizar la situación, trató de reconocer el lugar en donde se encontraba y recordó las palabras que alguna vez le dijo Emiliano: «ante un peligro inminente, lo primordial es mantener la calma», respiró, dejó de intentar zafarse del agarre del desconocido y alzó su rostro, a pesar de la oscuridad, supo que ese hombre la miraba, comenzó a jugar sus cartas.

Trilogía Amor y Muerte I: El Hijo PródigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora