Capítulo 9.

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Otra faceta de Noah Spellman.

Por suerte el coche aparcó frente al portal del bloque de apartamentos donde residían Noah y Troy. Al menos en las próximas horas no estaba obligada a mirar a mi madre a los ojos sabiendo el secreto que escondía bajo su capa de aparente serenidad. No tendría problemas en dirigirme a mi hermano sin notar como el peso me hundía los hombros y me dejaba sin respiración.

Disponía de unas horas de descanso, un pequeño tiempo de descuento de la realidad.

El ambiente como siempre se vio colmado de esa familiaridad habitual y tranquila que siempre reinaba entre el grupo de amigos de Rob.

Aposenté el trasero en uno de los sofá del pequeño salón y me dediqué en exclusiva a mi pizza. De vez en cuando debía desviar el tema para que no regresase sobre mi recién descubierta aventura sexual. Un empeño que Robert apoyó fervientemente hasta que pasó a ser un asunto latente pero no del todo presente en la conversación.

—¿Te encuentras mejor? —Rowen me pasó un pañuelo de papel tras uno de mis estornudos dignos de enmarcar. Se lo agradecí con una sonrisa antes de vaciar el contenido mucosos de mis fosas nasales en un estridente ruido de trompeta—. Me tomaré eso como un: trabajando en ello.

La risa me salió ronca debido a las flemas.

—Buena definición —coincidí sacudiendo la cabeza—. Mira que hay que ser pringada para ponerse enferma con más de veinticinco grados. Ahora que he vuelto al otoño invernal de esta ciudad, ¡me puedo dar por muerta!

—Llevaré una preciosa corona de rosas al entierro, descuida —se burló Noah. El rubio se encontraba cómodamente sentado en el sofá individual, con las piernas desplegadas y sus botas reposando sobre la mesa. Perfiló una sonrisa perfecta de dientes descubiertos—. Y prometo dar un discurso lacrimógeno. Robert llorará como una nena.

El castaño entrecerró los ojos y su ceño se hundió con un matiz de molestia. Ocupaba, junto a Rowen, los cojines restantes del sillón de tres plazas que compartían conmigo.

—¿Dónde están los límites de tu humor? —su tono de voz fue amenazador.

La sonrisa de Noah se amplió.

—No tengo límites, hermano.

—Pues deberías.

Troy internó en la sala guardándose el teléfono móvil en el bolsillo de los vaqueros oscuros que vestía. Tuvo que ausentarse durante unos diez minutos aproximados para atender la llamada de su madre. Una de ellas. El moreno era hijo adoptivo de un matrimonio lésbico, hecho que le granjeó nutridas burlas durante casi toda la primaria y el comienzo del instituto. Fue entonces, durante una de esas habituales peleas que tenían como detonante la condición de su familia, donde se conocieron los tres.

Mi hermano se vio incapaz de mantenerse al margen y salió en su defensa. Al primer puñetazo que le endiñaron en la cara, Noah también entró en la trifulca. Al final, los tres terminaron castigados durante un par de semanas y fue durante ese tiempo cuando se trabó su amistad.

—¿Era algo importante? —pregunté sin poder retener mi curiosidad.

Esas llamadas no eran muy usuales.

—No, no te preocupes —Troy me miró y las comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa que planeaba ser tranquilizadora. No obstante el gesto no alcanzó sus ojos y más bien pecó de forzada—. Era por un asunto rutinario.

Me mordí la lengua, conteniendo mi curiosidad innata. No era la más indicada en esos momento como para indagar en vidas ajenas cuando la mía era un completo desastre. Si él consideraba que debía reservarse la información estaba en su absoluto derecho. Amén.

Cole © [✓]Where stories live. Discover now