Capítulo 20.

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La mejor forma de dar ejemplo, pobre e inocente Finn.

Podría comenzar desde lo dejamos: en una Eleanor noqueada y confundida por la visita de su padre y las reflexiones acerca de una relación. Pero no quiero pensar más ello así que retomaré mi vida desde un punto mucho más interesante:

Un punto con nombres y apellidos.

El lunes solía ser el peor día de la semana, pero este pronto escaló posiciones en el ranking mental de la semana.

Dejé escapar un suspiro que se entremezcló con el aliento de Luca. Estábamos solos. Juntos. Y no podía pensar nada más en aquel momento. Sólo en él. Sólo en mí.

El italiano retomó nuestro beso y sus labios abrieron mi boca, otorgando una dimensión más profunda y húmeda al encuentro. Me aferré a sus hombros mientras retrocedía a tientas por la habitación. El beso se tornó desesperado y frenético en apenas unos segundos y no tardé en subir la apuesta, capturando el borde de su camiseta con los dedos.

Luca se separó apenas unos centímetros. Sus ojos oscuros recayeron en los míos y sentí un dolor adormecedor en el pecho ante la tormenta de sensaciones que me trasmitieron. Su mirada se tiñó de diversión cuando tuve dificultades a la hora de quitarle la camiseta.

Dios, estaba tan caliente que me costaba coordinar mis dedos para tareas sencillas.

Finalmente conseguí mi propósito y volví a sellar nuestros labios. Una de sus grandes manos se deslizó por mi espalda, arrugando el tejido de mi camisa. Describió una trayectoria particular, paseando el pulgar hasta que terminó en mi abdomen y se coló por debajo hasta rozar la piel de mi ombligo.

Me reí debido a las cosquillas involuntarias.

—Eres incorregible —masculló Luca en un tono de voz ronco y más grave de lo usual.

—Quizás —admití— ¿algún problema?

Mis labios se abrieron, exhalando una expresión de sorpresa cuando me alzó de forma imprevista. Todo fue fluido, cerré las piernas entorno a sus caderas sosteniéndome contra él. Realizó un giro de ciento ochenta grados y se dejó caer, de tal manera que terminamos en su cama.

—Me encanta —respondió a mi anterior cuestión y me mordió con suavidad el labio inferior. Un escalofrío me reptó por toda la columna vertebral y dejé escapar un gemido bajo— Tienes una risa preciosa, pero he de admitir que este sonido me gusta más.

No me dio tiempo a procesarlo. En cualquier otro ámbito de la vida hubiese enrojecido cual tomate maduro y empezado a tartamudear. Pero no había tiempo que perder, mis hormonas me pedían un nivel de exigencia crítico.

Por eso motivo me limité a elevar las cejas con sorna y pasear las yemas de los dedos por su pecho caliente. Luca liberó el aire forzosamente por las fosas nasales cuando me apreté contra él, haciendo coincidir nuestras zonas más demandantes.

En un rápido movimiento yo quedé debajo, aprisionada por su peso. Me acarició el pómulo con el dorso de sus dedos al mismo tiempo que la mano restante se encargaba de desabrochar el último botón de mi blusa, mostrando por completo el sujetador.

Se mordió la esquina del labio con su atención puesta en mi torso.

Me sorprendió el sentimiento de tranquilidad que se instauró en mí, lejos de incomodarme me gustaba su forma de mirarme. Reducía mi enorme lista de complejos al mínimo.

El sujetador que traía puesto disponía del broche en la parte delantera por lo que fue muy sencillo para el chico deshacerse de este también con suma rapidez.

Cole © [✓]Where stories live. Discover now