—¿Piensas que no tengo vida y que puedo ser tu chófer personal, Rino?

—Evidentemente. Vives de las carreras, ¿no?

—Te equivocas. —Su respuesta me sorprende, no puedo negarlo. Y ahora agradezco que no me vea la cara, porque seguro que pondría una de sus sonrisas de suficiencia—. ¿Vas a arreglar lo del modelo del coche? Tengo la página abierta y sigue mal.

—Sí, ya voy, pesado —digo, antes de poner el móvil con el altavoz y dejarlo sobre la mesa para hacer lo que me ha pedido. Ya tengo un poco más de manejo de la interfaz de la web (es bastante intuitiva), así que no tardo mucho en irme hasta su perfil (el último que he hecho) y cambiar la puta ene que se me ha colado, por una eme—. ¿En qué trabajas?

Me puede la curiosidad, porque pensaba que era un nini que solo ganaba dinero ilegalmente, pero parece que no...

—No te lo voy a decir. —Bufo, y eso parece divertirle, porque escucho una risita... que parece más propia de un niño pequeño que de un adulto hecho y derecho—. ¿A qué hora entras a trabajar?

—A las nueve —respondo. ¿Estoy un poco esperanzada por evitar el metro? No puedo negarlo—. Eso es que vienes a buscarme.

—Eso es que quería saber la hora para poder decirte que no y que fuese verdad. Soy un tío legal.

—Gilipollas... —respondo, golpeando el ratón con demasiada fuerza para poder guardar los cambios—. Ya tienes tu puto coche actualizado. Disfrútalo. Hala, que te cunda.

—Rino...

Pero le cuelgo antes de saber qué me iba a decir. Total, seguramente se iba a reír de mí, y no tengo tiempo para esas gilipolleces. Bastante lo he perdido pidiéndole que venga a buscarme. Aunque no voy a negar que era un plan brillante: me ahorraba el metro, el dinero de un Uber y, encima, le fastidiaba. Era un tres por uno, o sea: toda una ganga.

Mientras sigo revisando la web, pienso en mis posibilidades para llegar mañana al trabajo y al taller, así que me acabo resignando a coger el transporte público otra vez, porque tendría que pagar dos Ubers: el que me dejaría en el trabajo y el del taller. Y soy más rica, sí, pero todavía no soy millonaria. Para lo que, por cierto, me haría falta ahorrar todo el dinero posible.

—Haerin.

Me siento en una especie de déjà vu cuando giro la cabeza para ver a mi amigo, apoyado contra el marco de la puerta y con la cabeza asomando por el hueco que deja estando entreabierta.

—Dime —respondo antes de volver la vista al ordenador.

—¿Has terminado de trabajar?

—Más o menos; me queda un poquito, ¿por?

—Emm... ¿te acuerdas de que habíamos dicho de ir a dar una vuelta con la bici hoy?

Hostia.

Paro de golpe de revisar la página, y creo que no hace falta que me lleve la palma abierta a la frente para darme un golpe, porque se me ve en la cara que se me había olvidado por completo.

—No me sirve de nada mentirte —respondo, sintiéndome tremendamente culpable.

—Si quieres lo dejamos para otro día, que entiendo que ahora estés más ocupada...

—Nononononono —digo muy deprisa—. Reviso, me pongo corriendo mi mejor ropa de deportista de élite y vamos, ¿te parece?

Mi amigo asiente antes de ponerme una de esas sonrisas que me enseñan todos sus hoyuelos y me doy prisa en hacer todo lo que he dicho que iba a hacer... Menos mal que al menos el trabajo ya estaba casi terminado.

Outlawed - jjk, knjWhere stories live. Discover now