Capítulo 23: Secuestrada

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—¿Y ese lugar sería?

—Deja de hablar con ella y ven a ayudar —grita una mujer. El cántico de su voz es una melodía seductora y llena de misticismo. Su basta presencia hace que se me erice la piel, el ambiente está cargado de una energía asfixiante, y mi cuerpo dispara mil alarmas que no alcanzo a comprender. Intento relajarme, pero los latidos de mi corazón no tienen intenciones de detener sus aceleradas pulsaciones.

Escucho al hombre moverse con fuertes pisadas por el lugar, tiene que tratarse de un espacio bastante amplio porque sus pisadas resuenan a la distancia. Además, la voz de la mujer no estaba tan cerca como lo estuvo él. Si tan solo pudiera ver, sería más fácil encontrar una forma de desatarme. También ayudaría mucho estar en calma, lo que no se me ha dado muy bien.

—Atenlo bien para que no escape —dice la misma mujer.

Ahora que la escucho de nuevo, la recuerdo. Y no es exactamente un momento agradable, esa voz pertenece a la mujer de piel grisácea que nos atacó en el callejón, cuando volé por los aires. No entiendo para qué me tienen con vida si ese día querían matarme.

El chirriar de las patas de una silla siendo arrastrada contra el suelo me hace estremecer, hasta los dientes me tiemblan por desagradable sensación. Me quitan la capucha que me impedía ver y me ciega por completo la luz de las bombillas. Me toma un poco de tiempo enfocar mi mirada en un solo lugar, cada vez que abro los ojos puntos dorados saltan de aquí y de allá.

—No entiendo por qué eres tan especial —dice la mujer justo frente a mí, lo sé porque su mano agarra mi cara y sus dedos se hunden a cada lado de mis mejillas. Unos segundos más y sus ojos oscuros se enfocan, ella tiene muy mal aspecto, hasta yo me veía mejor cuando llegué a la academia. Y eso que estaba en mi peor momento.

—Pues, yo tampoco —respondo despacio con la presión de sus dedos intentando juntarse a través de mi piel—. Me gustaría saber ¿qué harán conmigo?

—Enviarte de regreso. —La mujer hunde sus uñas en mi carne. Siseo por el inesperado dolor.

—Eso ya lo ha dicho el tipo de hace rato, podrías explicarte un poco mejor —replico, ella me libera.

Se mueve con una gracia felina digna de un depredador.

Gracias al cielo, creo que su intención era perforar hasta que sus dedos se juntaran dentro de mi boca.

Estamos en un almacén vacío a excepción de la silla donde estoy atada y la otra silla donde se encuentra Gabriel. Un momento, ¿qué hace el demonio aquí?

Estaba en mejores condiciones la última vez que lo vi, en la oficina de Paula. Le han dado la paliza de su vida, su oscura sangre está por todas partes de su cuerpo. Su torso está desnudo y cubierto de profundas heridas, la espalda, los brazos, el pecho, abdomen... mucho peor que cuando lo atacó el sabueso del infierno. Alza la cara, tiene una buena hinchazón por debajo del ojo derecho, apenas lo puede mantener entreabierto

—Mantenlos vigilados —le dice la mujer al hombre fortachón que la sigue hasta la salida del almacén—, solo faltan dos horas.

—No creo que alguno de los dos pueda escapar —dice el hombre mirando sobre su hombro. Se queda parado en la entrada con los brazos cruzados sobre el pecho, un rostro de piedra y una mirada desdeñosa, también es como ella.

—No te ves nada bien —digo.

—Es lo que uno se gana por no ser un chico fácil —responde Gabriel en un hilo de voz.

Apenas tiene fuerzas para respirar. Salir de aquí parece que será imposible.

—¿Por qué te han traído? —Me muevo y las cuerdas me raspan la piel, de alguna manera tienen que aflojarse.

Renacer. Luz de Medianoche (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora