Capítulo 36: De cara con la verdad

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Capítulo 36:
De cara con la maldad

Antes de que pueda reaccionar, estamos en movimiento

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Antes de que pueda reaccionar, estamos en movimiento. Santiago se mueve tan rápido que no puedo percibir nada a mi alrededor. Solo puedo escuchar el latido de mi propio corazón agitado.

El impacto me deja sorda, intento sostenerme de él, pero pierdo el agarre con su cuerpo. De mis labios se escapa un quejido ahogado, por pocos instantes no siento nada, todo da vueltas y mi cuerpo se siente distante... hasta que el dolor se hace presente con lentitud, recorriéndome la espalda. Me concentro solo en respirar, pero es imposible eludir el dolor.

—¿Así que has vuelto? —su voz me paraliza.

Esa voz, esa mujer... abro los ojos, parpadeo hasta que mi visión se estabiliza.

—Leila —susurro su nombre con temor. Un miedo que iguala el dolor de mi cuerpo.

—Bueno, por lo menos ahora entiendo por qué él te eligió, eres un alma incorruptible. —Sus ojos oscuros no apartan la mirada de los míos.

En esta ocasión viste pantalones de cuero negro y una franela un poco holgada en un tono gris claro. Su cabello está perfectamente recogido en una coleta, y esa gargantilla no abandona su cuello, una víbora, el reflejo de su alma.

—Lo que no entiendo es por qué tus ojos siguen siendo grises, ya deberían haber cambiado.

La gargantilla de su cuerpo se pone en movimiento como si tuviera vida propia, se desliza por su brazo hasta alcanzar su mano, ella le acaricia la cabeza a la serpiente de plata, y la deja caer poco a poco sobre mí.

Dejo de respirar en el momento en que roza mi cuerpo, se hace camino a mi cuello y estoy paralizada.

—¿Qué haremos con él? —esa pregunta es mi escape.

Ella gira con elegancia sobre sus altos tacones y la gargantilla retrocede hasta enroscarse en su muñeca.

Aprovecho para recuperar el control de mi propio cuerpo, el pánico es el peor aliado que uno pueda tener, y deshacerse de él es toda una odisea. Me muerdo el labio para no gritar, todo me duele, moverme es mucho más difícil de lo que pensé. Quien habló es Arnold, y tiene a Santiago contra el suelo, hay sangre en su rostro.

Busco a los demás con la mirada, pero no hay señales de nadie más.

—Lo convertiremos. Sus padres estarán felices de tenerlo de regreso —dice Leila con malicia. Pero qué más se puede esperar de ella, que emana maldad por cada poro de su cuerpo.

Santiago se tensa al oír sobre sus padres. No entiendo lo que Arnold ejerce sobre él, que no le permite defenderse.

—En mi opinión serviría mejor muerto —la voz amarga de Arnold me eriza la piel.

Traidor.

—Estoy de acuerdo con él —expresa Santiago sin aliento.

La calle se encuentra prácticamente desolada, las pocas personas que vi al llegar se han ocultado tras las desgarbadas casas, ocultas a la sombra de un mundo corroído por la maldad.

—Pero tu opinión no cuenta, querido —hay burla en su voz.

Es una mujer tan frívola, su atención vuelve a estar sobre mí. Ellos dos son los únicos, no hay nadie más y aun así siento que hay muchos ojos observándonos.

—También hay alguien que estará muy feliz de verte —esas palabras me dejan sorprendida—. Quizás ella te haga cambiar de parecer.

¿Ella? ¿Quién es ella?, me gustaría preguntar en voz alta, pero el miedo que me provoca esa mujer es como si me durmiera la lengua y me paralizara el cuerpo entero. En estos momentos me gustaría que Romina estuviera aquí, aunque seguramente estaría en la misma condición que Santiago.

—Eso solo será si logras llevártelo contigo. —Un alivio me recorre el cuerpo al escuchar la voz de Dimas. No estoy muy segura de dónde proviene, pero es él y está molesto. Su tono de voz está lleno de una ira que no es normal en él, una fuerza que ha dejado impactada a Leila. Es como si hubieran echado un balde de agua fría sobre ella.

—¡¿Un celestial?! —susurra entre dientes.

Sus ojos oscuros están perdidos en un letargo mental, que desconcierta a Arnold por completo, tanto que comienza a buscar con la mirada el origen de la voz, el lugar donde pueda estar él, Dimas. Pero ni siquiera yo puedo encontrarlo. Sin embargo, puedo sentir su presencia, y algo más fuerte que no logro descifrar, algo que irradia de él pero que antes no estuvo ahí; o simplemente no pude percibir.

—¿Qué ocurre? —pregunta Arnold. Ha bajado la guardia, o lo que sea que mantenía débil a Santiago.

—¿Dónde estás? —grita Leila en respuesta. Una risa burlona se desliza con la suave brisa, como una delirante melodía.

Aprovecho la oportunidad para poner un poco más de distancia. Aún me encuentro un poco aturdida por el golpe de la caída. Antes de que pueda ponerme en pie, Santiago ha tirado al piso a Arnold, los dos se mueven con la misma agilidad, rapidez y destreza, los golpes van y vienen en medio de una pelea donde no se puede distinguir quién mantiene la ventaja. Una fuerza imperceptible golpea a Leila, haciéndola volar sobre el suelo sin control, hasta que toca el suelo de una forma brutal. La sombra de unas enormes alas me cubre, anticipando la llegada de Dimas, y una corta y delgada daga sale disparada directo a la espalda de Leila, alcanzándole el hombro izquierdo, y generando exasperantes gritos de angustia y desesperación. La daga es de Dimas, y es como si estuviera desgarrando su hombro. Ella intenta retirarla de su cuerpo, pero en el momento en que sus dedos la tocan, retira su mano.

—Debemos irnos, el anciano no va a poder contenerlos tanto tiempo —la voz agitada de Ronald alcanza mis oídos al mismo tiempo en que cinco nuevas caras llegan detrás de él.

Arnold termina en el suelo con una nariz sangrante, y encogido en forma fetal. Santiago también sangra, y respira con dificultad.

—Por fin te vuelvo a ver, cariño —una voz femenina muy sutil paraliza a Santiago.

¡Oh, no! Lo que faltaba. Un reencuentro familiar.

Es una mujer hermosa, pero al mismo tiempo demacrada. Es una belleza que refleja la muerte. Esa otra mujer del boulevard. Sus rasgos son gráciles, como si hubieran sido esculpidos. Una cabellera castaña cae sobre sus hombros en perfectas ondas, sus ojos negros parecen ser lo único vivo en su delicado cuerpo.

—Hola, madre —dice Santiago con dureza.

En un parpadear está frente a mí. Pero mi atención esta fija en esa mujer, es la tercera vez que nos encontramos. Santiago no se ve feliz de ver a su madre.

—Debes sacarla de aquí, ahora —dice en un susurro que pone en movimiento a los cuatro hombres que acompañan a su madre. Leila aún se retuerce en el suelo, la herida de su hombro se ha expandido por su espalda como si buscara alcanzar su corazón. Sus gritos son agonizantes—. Ronald y yo los distraeremos.

—No, no me... —intento negarme, pero mis pies dejan el suelo. Los brazos de Dimas me rodean la cintura con fuerza mientras intento zafarme. Sus alas se agitan contra el viento, elevándonos.

—Ya deben estar cerca, debemos ir a un lugar seguro —dice Dimas a mi espalda. Rápidamente perdemos a los chicos, las calles, todo se ve tan pequeño e imperceptible...

 Rápidamente perdemos a los chicos, las calles, todo se ve tan pequeño e imperceptible

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Renacer. Luz de Medianoche (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora