Merecedor de un ángel.

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Tenía que llegar, llegar antes de que Castiel se fuera. Saludo a su padre y tomó la bicicleta de su garaje, directo hacía la casa de los Shurley. Apenas estaba despierto, y estaba bastante seguro de que su cabello era un desastre despeinado, pero no le importaba si era capaz de alcanzarlo.

Vio a lo lejos la mansión, con el auto en la puerta y el servicio de transporte que se encargaría de que sus cosas llegarán a la otra casa en Europa. Por supuesto que Chuck se iría con su único hijo, adonde sea que el menor decidiera estudiar o vivir. Y fue él quien vio a Sammy llegar por la larga entrada hacia la casa.

- ¡Sam! Buenos días –sonrió-. Ya te esperábamos por aquí.

- Buenos días, ¿Y Castiel?

- Arriba, en su cuarto.

Había cajas alrededor de las escaleras, esperando ser transportadas al camión, junto a maletas que pertenecerían a los viajeros. Sam subió hacia el pasillo de las puertas confusas, pero ya sabía muy bien cual de los cuartos pertenecía a Castiel.

La puerta estaba abierta y se asomó, silencioso. Deteniendo su movimiento justo antes de tocar la puerta.

El moreno estaba sentado en la cama, observando un portarretrato. Sammy apenas alcanzaba a tener visión de la fotografía, pero la reconoció enseguida. Eran ellos, Castiel, su hermano mayor y él; posando en esa misma noche, en una de las tantas noches de cine que armaban. Sam era pequeño y, Dean y Cas aun podían considerarse niños en aquel entonces.

Pero ya habían crecido, y Samuel era lo suficientemente mayor para entender la culpa con la que Cas cargaba ahora. Había prometido proteger al hermanito de su mejor amigo, y ahora debía irse tan lejos como su futuro lo exigía. Sabía que él lo sentía como una traición, aunque Dean jamás hubiese sido capaz de reclamarle nada.

Lamentaba tanto que su ángel tuviese que pensar de esa forma, que pesará eso en su corazón. Dio un paso adelante y dio un toquido en la puerta para llamar la atención. De la amargura a la alegría, Castiel cambio en un segundo.

- Sam, viniste –dijo con una sonrisa en su cara, acercándose para abrazarlo.

Por supuesto que se hundió en aquel gesto, obviando la falsedad de aquella curva en su rostro. Quería abrazarle, ya que no podía formular las palabras correctas para borronear la culpa que Cas sentía. Este sería su ultimo abrazo y procuro desear lo suficiente que jamás se acabase.

- ¿Lo harás bien? –dijo el mayor, en un tono más suave y dulce del que usaba normalmente-. ¿Te portarás bien, estudiaras mucho?

- Si –contestó Sam, aun intentando memorizar aquel perfume particular que usaba su ángel.

- Ten amigos, pero cuida tu corazón de las traiciones. Ten carácter, pero aléjate de los problemas. Busca auxilió cuando sientas que no puedes más, y piensa en soledad cuando lo necesites. No dañes, aunque el mundo te lastime -aconsejó Cas. Y Sammy procuró grabarse eso también-. Cree en Dios, por más que no exista mundo en el que creer. Y, ante todo, procura ser tu prioridad, Sammy.

- Lo juro –susurró-. Pero, ¿Nos volveremos a ver?

Castiel peinó su cabello hacia atrás y acuno su rostro entre sus cálidas manos.

- Dios no tiene motivos para separarnos, y estoy seguro de que hay muchas razones para reencontrarnos, ¿No crees?

Asintió ante esa teoría, por más que las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Cas las apartó una a una, y beso su frente con la ternura de un verdadero ángel.

- También debes aprender a decir adiós, Sam, es parte de la vida.

- Lo sé, lo siento –sollozo, volviendo a buscar el refugió en el abrazo del mayor.

Se quedaron así el tiempo que ambos necesitaban, por más que luego desearan abrazarse una eternidad más. Samuel lloró en brazos de la única persona que permitió desvelar se debilidad desde la muerte de Dean.

Quizás él tenía razón y Dios volvería a unirles, porque ese era su destino. Pero, ¿Qué tal si se equivocaba y Dios ya no quería traerle devuelta a su ángel? ¿Qué tal si ya no era merecedor de esa fortuna cuando el día llegase?

- Sé un buen chico, Sam, como siempre lo has sido.

Y en ese preciso momento, hizo la primera de sus promesas en esta amistad, por encima de las miles que Castiel le había hecho: sería un buen chico, un buen joven, y el mejor hombre. Un día, cuando el momento llegara, Sam sería merecedor de Castiel en su vida.

Por supuesto que también le acompaño al aeropuerto ese día, con el millón de gente llegando y marchándose, los sentimientos en el aire y la presión de un adiós constante. Se mantuvo a su lado todo el tiempo, como aquella última vez en el bosque, asustado de soltar su mano.

- ¿Sam?

No se volteó porque Castiel le llamará, se giró porque había soltado su mano. Entonces notó la bolsa pequeña de dulces en manos del mayor, y este se la entrego. Tomó el regalo desconcertado, y busco respuestas en la sonrisa del otro.

- Un pequeño presente –dijo su ángel, para luego robarle uno de los tantos dulces de la bolsa. Un anillo de gomita dulce-. Pero este, es para hacerte una pregunta.

Los ojos del menor brillaron, con su mirada fija en el anillo que se deslizo por su dedo.

- ¿Te casarías conmigo, Sammy? –sonrió, con la inocencia de la primera vez que esa pregunta fue formulada hace años.

- Sí. 

Anillos dulces.Onde histórias criam vida. Descubra agora