Nuestro secreto.

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No le permitieron entrar y tampoco creía tener el valor para hacerlo. Miró desde lejos, en la pequeña abertura de la puerta hacia aquella blanca habitación. Dentro, estaba Dean, recostado en una camilla y repleto de cables con diferentes funciones. Se había acostumbrado al pitido que escapaba de la maquina a su lado, el rítmico sonido le juraba que su hermano viviría. Sam jugaba con el pañuelo que su padre le había dado, vuelto una bolita de papel húmedo de lágrimas.

Castiel estaba dentro, podía ver su espalda encorvada hacía adelante. ¿Estaría llorando? Solo esperaba que no, porque eso le lastimaría muchísimo. Su mano rozaba la de su hermano, con todo el miedo a herirle que podía sentir. ¿Dean lo sentiría? ¿Sentiría el suave roce de su mejor amigo asegurándole que estaba allí para él? Sam jamás se atrevería a tocarle, porque estaba demasiado asustado de que eso se sintiera dolorosamente real.

John y Mary salieron de una pequeña sala continua, con el doctor a sus espaldas. Su madre ocultaba su rostro en el cuello de su padre, en busca de un consuelo que ni Dios podría darle. Sin embargo, la vio tomar las riendas de su agonía, secar sus lágrimas y sonreír hacía él.

- Sammy, ¿Seguro que no te duele nada? – Preguntó con la voz rota, sentándose a su lado.

- Si, mamá.

Solo tenía un raspón en la rodilla, que las enfermeras desinfectaron adecuadamente al llegar al hospital. Chuck se acercó en silencio, por el otro lado del pasillo, con un café para los adultos y un jugo para Sam. Lo recibió gustoso, quizás fueron las lágrimas, pero se sentía sediento.

- El doctor dijo que debemos esperar. Pero esta estable y eso es bueno. – Le oyó susurrar a su padre, dándole las noticias a Chuck.

En aquel momento, Castiel salió de la habitación. No parecía expresar emoción alguna; pero el padre de Cas pasó un brazo por sobre sus hombros, sabiendo que no estaba del todo bien.

- ¿Por qué no llevas a Sammy a casa? Yo tengo que arreglar el asunto del hotel para los padres de Dean. – Dijo Chuck al oído de su hijo.

Los adultos habían arreglado con rapidez la situación. Para no molestarse en demasiados viajes, los Winchester se quedarían en un hotel cruzando la calle; los Shurley se encargarían de todos los gastos. Mientras, Sammy debía volver a casa y Chuck prefería que su hijo también. Nunca supo que fue lo que hizo su padre para convencer a Castiel de que sería mejor así, pero le agradecería por el resto de su vida, aunque fuese egoísta alejar al ángel de su hermano.

El padre de Cas les ofreció un chofer, pensando que quizás su hijo no estaba en condiciones de manejar; pero el menor insistió. Subieron al auto en silencio, aún sucios de tierra y abrumados por cuan rapido la situación se había desviado.

Habían pasado demasiadas horas, perdió la cuenta. El sol dejaba ver sus primeros rayos en el horizonte. Se despidió de los cuadritos iluminados en aquel edificio, en alguno de ellos estaba Dean.

Castiel conducía lento hacía casa, a las afueras de esa pequeña ciudad. Miró su perfil disimuladamente, él parecía mayor en situaciones así.

- ¿Cas?

- ¿Qué pasa, Sam? – Dijo con extrema suavidad.

- ¿Perdiste tu cruz? – Señalo hacía su cuello.

No podía olvidarla, era algo que miraba siempre luego de fijarse en los ojos de Castiel al verlo cada día. Pero ya no estaba ahí, y estaba seguro de haberla visto en la fiesta.

- Se la dejé a Dean. – Admitió, repasando el lugar que su collar debería rozar. – La cuidará bien.

Sammy asintió, comprendiendo el dulce gesto. Miró al cielo, aquel anaranjado amanecer hacía el que parecían conducir.

- ¿Crees que Dios lo salve? – Interrogó, como aquel niño de ocho años que preguntaba a su madre si había sido suficientemente bueno para Santa.

- Quizás, Sam. – Fue sincero, como siempre. – Dios sabe que debe o no ser.

Sonaba cruel, pero no lo era para dos devotos. Durante años Sammy continuó asistiendo a la iglesia, y había escuchado esa frase antes. Si su hermano se salvaba, moría o quedaba afectado por las lesiones, estaba en manos de Dios y solo él sabría porque debía pasar aquello. Dolería, lo tenía claro, y no le gustaba pensar en los posibles desenlaces. Sin embargo, confiar en los propósitos era tranquilizador.

Llegaron a casa, con los restos de la fiesta a medio limpiar. Sam estaba tirando de los últimos restos de energía que le quedaban a su cuerpo. Dejó su abrigo sobre el sofá y camino a la cama en automatico. Castiel le aconsejó dormir todo lo necesario, él se encargaría de prepararle el almuerzo al despertar.

Cerró las cortinas, ya con el sol iluminándolo todo. La oscuridad no le sirvió de consuelo, más bien parecía ahogarle. Se sentó en la cama y, casi pudo ver y escuchar a su hermano sentarse en la otra cama y hacer el ruido infantil con su boca como la noche anterior. Desearía no haberlo silenciado, desearía haberle dicho que agradecía que se preocupara por sus sentimientos. Desearía que supiese que era el mejor hermano mayor del mundo.

Levantó la mirada, centrada en el lugar en que Dean se había sentado, cuando se sintió observado. Cas se apoyó contra el marco de la puerta, mientras el pasillo iluminaba sus espaldas.

- ¿Quieres tomar un baño? ¿O al menos cambiarte antes de acostarte? – Sugirió, por las prendas sucias de tierra que Sam llevaba.

- Quiero ducharme.

Desde pequeño hacía eso para despejar su mente. En verano, con la piscina llena, se dejaba caer al fondo, manteniendo la respiración y los ojos cerrados. Sin pensar. Sentía que necesitaba eso, despejarse para poder dormir al menos unas horas. Castiel le ayudó a preparar todo y dijo que se ducharía en el otro baño.

Sam tomó una ducha larga y relajante. El tiempo en su cabeza se detuvo y los problemas desaparecieron del panorama. Pero recordó porque se sentía tan vacío en cuanto cerró el agua. En la cama, Castiel había dejado su pijama. Se lo puso y husmeó el pasillo. Quizás el morocho había decidido descansar en otra habitación.

Pero no. Podía verle desde las escaleras, sentado en el sofá, observando su celular sobre la mesa de café. Su cabello aun húmedo caía en ondas negras, y de vez en vez le sentía suspirar. Seguramente quería llamar y preguntar por Dean aunque solo hubiese pasado una hora o poco más.

Pisó a propósito el primero de los escalones, llamando la atención del mayor.

- Sam, ¿Necesitas algo?

- Deberías dormir también.

Castiel se puso de pie y camino hacía las escaleras con Sam.

- Tienes razón.

Por algún motivo, Sammy supo que mentía en ese momento. No dormiría, solo lo decía para tranquilizarlo, como un padre que finge dormirse para lograrlo con sus hijos. Y, a pesar de su mentira, Sam le siguió el juego. Se adentró en su cama y Castiel uso la de Dean a poca distancia de la suya.

- ¿Qué pasa? – Preguntó el morocho, sintiendo de nuevo la mirada de Sam sobre él.

- Es difícil dormir aunque estoy muy cansado. – Admitió. – Me siento... como vacio.

- Eso se llama angustia. – Explicó Cas. Suspiró y se quitó las sabanas. – Desearía que jamás te enterases de lo que es.

Samuel no comprendió aquello del todo, quizás porque su mente estaba en otra parte. Castiel se levantó nuevamente y solicitó un espacio en la cama de Sam. No sería la primera vez que dormían juntos, pero habían mucho tiempo desde la ultima ocasión, y era extraño. Pero no pudo resistirse al abrazó de Cas que le llenó de seguridad nuevamente.

- Debes ser fuerte. Dean te necesita, y tus padres también. – Dijo a su oído. – Debes ser fuerte frente a los demás, pero cuando estés conmigo, solo conmigo,... - Los ojos azules conectaron con los suyos en la tenue oscuridad. - ...puedes llorar, Sam. Sera nuestro secreto.

Sammy sintió el vacío que le molestaba llenarse de dolor y presionarle el corazón. Buscó desaparecer el nudo en su garganta, pero solo hubo una forma. Lloró. Lloró como cuando raspo sus rodillas y Cas le curó, pero sin vergüenza alguna. Lloró porque sabía que su ángel curaría sus heridas. 

Anillos dulces.Where stories live. Discover now