Ciega creencia.

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Esa mañana era su cumpleaños, jamás lo olvidaría. Su madre le había comprado zapatillas nuevas, y las usaría por primera vez ese día, junto a prendas seleccionadas semanas atrás. Se duchó, acomodó su cabello lo mejor posible y se vistió.

Estaba atando sus cordones cuando Dean entró a la habitación, listo también para la pequeña fiesta que armarían esa noche en el jardín. El rubio se sentó en la cama, inflando sus mejillas y haciendo un ruido extraño dejando escapar el aire con sus dientes apretados.

- No hagas eso. – Rio Sammy, por el comportamiento infantil de su hermano.

Dean sonrió pero, borró su sonrisa enseguida, recordando a que venia.

- ¿Sammy? – Mordió sus labios y miró al piso.

- ¿Qué pasa?

Se sorprendía de ser el hermano menor. Dean tenía dieciocho años y continuaba actuando como un inmaduro infante. Seguramente quería platicarle de algo importante; "Cosas de niñas" como les llamaba él. A Sam no le molestaban esas charlas, las veía como una forma de conocer más en profundidad a la gente. Pero para su hermano eran sentimentalismos; su forma más estúpida de ocultar su fragilidad.

- ¿Aún...? - Suspiró, sonrojándose por preguntar algo así. - ¿Aún te gusta Cas?

Habían pasado años desde el día en que los Winchester se cruzaron con el morocho. Diría que era imposible de recordar, pero Sam tenía muy presente cada segundo de aquel primer momento. Una amistad realmente buena había surgido entre los tres. Y, aunque nadie hablaba del tema, todos recordaban bien aquel día en que Cas aceptó casarse con Sammy. Era vergonzoso para el castaño ese recuerdo, porque aún seguí enamorado de él...

¿Para qué iba a mentir? Había conocido mucha gente a medida que crecía, muchos chicos y chicas en los cuales podría interesarse, pero solo amaba a uno, Castiel. Era inevitable, con el paso de los años el sentimiento era más palpable, más... tangible.

- Yo...

- ¿Sí o no? – Presionó Dean.

- ¡Si! – Espetó, sonrojándose al mismo nivel que su hermano. - ¿Por qué quieres saber es?

Dean asintió en silencio, como analizando la situación, poniendo muy nervioso a su hermanito.

- ¿Y por qué no le dices?

- Soy un niño a su lado. – Costaba admitirlo, pero era como Cas lo veía. – No hay señal alguna de que el sentimiento sea reciproco, y...

- Te da miedo. – Señaló el rubio, acabando la frase que más costaba. – Cas no va a dejar de ser tu amigo porque te le declares, él no es así.

- ¿Tú qué sabes cómo es? – Refunfuño por lo bajo.

- No me hagas tus escenitas de celos. – Le apunto con su índice. – Trato de ayudar, bro.

El tema fue dejado de lado, porque de ninguna manera Sam iba a declararse. Si Castiel le decía que no, probablemente no festejaría su cumpleaños por lo que le quedaba de vida.

Por supuesto que el primero en llegar fue su ángel. Vestía una camiseta blanca simple, con jeans oscuros. Hablaba amenamente con Dean cuando Sam bajó las escaleras. El par de azules ojos se posaron sobre el menor, pacíficos y curiosos. Su cabello negro aún estaba húmedo, y su color bronceado denotaba más por la noche. Samuel tuvo que concentrarse en no hacer el ridículo frente a aquella imagen.

- Feliz cumpleaños, Sam. – Dijo Castiel.

La voz del ángel se había vuelto profunda y estremecía cada vez que era escuchada. Samuel miró a sus manos y tomó el regalo que se extendía hacia él. Quitó el papel brillante de encima y se maravilló con el detalle. Era un libro, "Dioses y Ángeles", rezaba la portada. Contenía religión, teorías, mitología y todo aquello que fascinaba a Sam.

Anillos dulces.Where stories live. Discover now