Viviendo juntos.

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Castiel venía seguido a casa, Dean y él era mejores amigos ahora. A decir verdad, era lo mejor de todo el mundo. La enfermedad de Sammy había desaparecido por completo, por lo que esperaba atentamente pegado a la ventana a que Cas viniera en busca de Dean para ir a jugar. Usualmente, su tonto hermano mayor se la pasaba jugando en su nueva consola de videojuegos, así que solo salía si el morocho venía a por él.

Esa tarde, por alguna razón, Cas tardó un poco más de lo normal en llegar, pero Sam no se quitaría e la ventana.

- Cariño, - Llamó su madre. – quizás Castiel hoy no venga. ¿Por qué no haces otra cosa?

- Va a venir. – Dijo Sammy, frunciendo el ceño. – Estoy seguro.

Pero Castiel no vino. Para cuando Dean bajo de su habitación en busca de jugo, vio al pequeño Sammy hecho bolita en un rincón del sofá, aun cargando con su mochila de juguetes.

- No sabía que querías ir a jugar. – Lamentó el rubio. – Podemos ir ahora.

- Castiel no vino. – Dijo el menor, con su voz quebrada.

- ¡Oh! Es que está enfermo, Sammy. Tampoco fue a clases esta mañana.

Las reacciones del castaño fueron de la sorpresa, a la preocupación y terminaron en culpa. Seguramente él lo había contagiado y por su culpa, la enfermedad de Cas iba a agravarse y moriría. ¡OH, NO!

- Es mi culpa. – Comenzó a sollozar bajito.

- Claro que no, Sammy. – Intento tranquilizarle Dean. – La gente se enferma todo el tiempo y seguro que Cas se contagió en otra parte.

Eso no detuvo en nada las lágrimas del niño, que creía fervientemente que había causado la muerte de su ángel.

- ¡Mamá! – Llamó desesperado Dean. – Necesito ayuda.

Rápidamente y con Sam en sus brazos, le explicó todo lo sucedido a Mary.

- ¿Por qué no van a verlo? Apuesto que eso lo hará muy feliz. – Ofreció mamá. – Y pueden quedarse a cenar allá si sus padres se lo permiten.

Los ojos de Sammy se iluminaron, era la mejor idea del mundo. Daba saltitos alrededor de su hermano mayor, mientras caminaban hacia la casa de Castiel que no quedaba muy lejos. Rebozaba en alegría al saber que iba a pasar tiempo con su ángel, en su casa y conocería a sus futuros suegros.

Dean de repente se detuvo, espantando las mariposas voladoras imaginarias que seguían a su hermanito menor. Salió de su ensueño y vio hacia la casa...

O mejor dicho, mansión.

La casa de Castiel era enorme, mucho más desde la pequeña estatura de Sammy. El rubio se apresuró a tocar timbre y una voz le contesto desde el comunicador, sorprendiendo aún más a Sam. Dean se volteo, riendo divertido por la cara de su hermano.

- Sip, Cassie tiene dinero, mucho dinero.

Sin que nadie que pudiesen ver presionará nada, el portón de rejas negras frente a ellos comenzó a deslizarse hacia un lado. Una rotonda enfrente de la casa permitía a los autos dar la vuelta para marcharse, con una hermosa escultura justo en medio. La puerta doble de madera maciza se abrió para ellos.

- ¡Hey, Dean! – Saludo un hombre, dándoles el permiso de entrar.

Con barbas y rulos pequeños por toda su cabeza, lo primero que Sam buscó en él era el parecido a Castiel. Recayó en sus ojos a los pocos segundos, eran del mismo azul que los del ángel, entonces... podía ser su papá.

- ¿Y quién es este pequeño? – Preguntó el señor, revolviendo su cabello chocolate.

- Es Sammy, mi hermanito menor. – Explicó Dean, mientras una repentina timidez llevó al pequeño a esconderse detrás de su hermano.

- Es un placer, Sammy. – Sonrió amable el papá de Cas. – Cassie está arriba. – Señalo las enormes escaleras. – Les prepararé algo de comer para que pasen la tarde.

El señor desapareció en lo que aparentaba ser la cocina y Dean tiró de la manito de su hermano para subir las escaleras hasta el cuarto de su amigo. De repente, estaban en un amplió pasillo, con un millón de puertas. ¡¿Cómo saber cuál era el cuarto de Cas?! Por suerte, Dean lo sabía.

Tocaron dos veces y el mayor se aventuró a abrir la puerta. El morocho estaba en su escritorio, haciendo tarea tal vez. Llevaba puesto un pijama de lunares azules y el cabello despeinado.

- Hola.- Dijo simplemente, con su voz rasposa.

Sammy se adelantó a su hermano mayor y se lanzó a abrazar al ángel.

- Lo siento. – Dijo, con su voz aplacada por la ropa del mayor. - ¿Estas bien?

Castiel observó a Dean, en busca de respuestas, y el rubio elevó los hombros.

- Sammy, estaba muy preocupado por ti. – Explicó, divertido con la situación.

A decir verdad, Cas no era para nada presumido, pues Sam no se había dado cuenta antes de cuan rico era. Al mirar con detenimiento su habitación, estaba repleta de cosas caras. Bajo el enorme televisor colgado en la pared, estaban algunas consolas mucho más costosas que la que Dean tenía. Había juguetes por todas partes y sobre una repisa amplia, muchos de ellos a control remoto. Su cama era de dos plazas, y tenía almohadones con temática de Comics.

Sam y su hermano balanceaban sus pies, sentados en la cama, esperando. Castiel se había medido en su vestidor, que probablemente era más grande que la habitación de los hermanos, y donde podía cambiarse de ropa sin que nadie lo viese.

- Es malditamente rico. – Susurró Dean a su hermanito, viendo como este perdía los ojos en todas las cosas que tenía la habitación. – Su papá es escritor y dueño de una editorial famosa.

Y hablando del Rey de Roma... Chuck entró a la habitación, haciendo equilibrio con dos bandejas en sus manos. Había mucha comida poco saludable ahí, y los Winchester estaban fascinados con todo eso. Sam solo se preguntaba, ¿Por qué su madre era capaz de darle comida tan desabrida cuando a Castiel solo le daban cosas exquisitas?

Jugaron mucho, a todo, ya que la curiosidad de los hermanos por todos los juguetes que el morocho tenía, era demasiada. En algún momento, Sam se quedó dormido luego de cenar, en la amplia cama de Castiel. Es que... era tan suave y olía tan bien como su ángel.

Solo costó un par de llamadas, pero improvisaron una pijamada. Para cuando Sammy despertó, ya estaban todas las luces apagadas y en la casa dormía todo el mundo. Volteó a su derecha, viendo a su hermano descansar plácidamente abrazado a una almohada. Y se llevó una gran sorpresa al girar a su izquierda, donde dormía Castiel.

No podía creerlo. Estaba durmiendo en la cama del ángel, con su ángel, en su casa. Esa noche, solo pudo soñar con la hermosa vida que tendrían viviendo juntos allí. 

Anillos dulces.Where stories live. Discover now