La promesa.

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Fue difícil desde ese día en adelante, era como si la dificultad de su videojuego hubiese subido 300 niveles. Miró a su madre llorar a su hermano, de rodillas a un lado de su cama, aunque el pulso de Dean ya había desaparecido. Su padre trataba de ser el apoyo que su esposa necesitaba, pero en sus ojos había un hombre destrozado. De repente, Sammy sintió que el mundo se silenció, quizás porque así quería que fuese. El médico de cabecera se retiró, para dejarlos solos en aquella fría habitación para que se despidieran.

Pero Sam no estaba muy seguro de que algún día pudiese despegarse de su hermano. Desde el momento en que abrió sus ojos al mundo, Dean había estado allí, con su sonrisa tonta y mirada picara. Cuando las cosas fueron mal o alguien osaba molestarlo, Dean estuvo allí, frenando al agresor y brindándole fortaleza. Cuando sus lágrimas caían a mares por rodillas raspadas al caer de su bicicleta, Dean estuvo allí, regalándole una paleta para que ya no sintiera dolor.

Dean siempre estuvo a su lado, y en su mente, se supone que lo estaría por siempre. Su hermano mayor no podía simplemente desaparecer de su vida así como así.

Pero Dios había decidido su destino de esta manera y debía aceptarlo. Dios creía que podía continuar este camino solo... Lo intentaría.

Pasó por un lado a sus padres y se aproximó a su hermano. Dean tenía un color trigueño en su piel, pero ahora lucía completamente pálido, casi fantasmal. Apartó las lágrimas que no le permitían verle con claridad y sujetó la mano fría. Sus creencias le juraban que eso solo era un cuerpo, que el alma estaba muy lejos de este mundo terrenal; y sin embargo, Sam tenía fe en poder sentir su agarre una vez más.

"¿Y por qué no le dices?" El recuerdo efímero de su última charla con su hermano paso por su mente, como un flash apresurado. Dean estaba sentado relajadamente sobre su cama, con una ceja levantada en incertidumbre. Estaba seguro de que, si nada de esta tragedia se daba, el rubio estaría molestándolo para que se declarará a Castiel.

Sonrió entre lágrimas al imaginarlo así, riéndose de él. Hubiese aceptado todas sus burlas durante siglos si solo pudiese traerlo de vuelta.

Fue entonces que notó la plata brillando encima de la mesita, a un lado de la camilla. Era de Castiel, reconocería aquella cruz donde fuese. Sintió manos sobre sus hombros y alguien que le animo a tomarla. Se giró dudoso hacía el morocho, aquellos ojos azules llenos de lágrimas que no permitiría que cayesen, fue quien le dio el permiso de que la tomará. Presionó la cruz en su mano, al mismo tiempo que Cas le sujeto en su abrazo y lo sacó de allí.

Perdió razón del tiempo llorando y llorando, consolado por el aroma de su ángel. En ningún momento el mayor se alejó de él, aunque tuviese que guardarse el dolor de perder a su mejor amigo.

Sam se usó el traje que solía ponerse para ir a la iglesia, aunque no estaba nada emocionado esta vez por vestirlo. El momento había llegado. Familiares y amigos se congregaron para dar el adiós a Dean. Sam escuchó todas las palabras de aliento existentes, todas las formas de dar el pésame, todos los tipos de lamentos, pero ninguno le hizo sentir mejor.

- Ven. – Tomó su mano Castiel, para alejarlo del tumulto de gente que empezaba a rodearlo.

- ¿Dónde vamos?

Caminaron en silencio, pero Sammy no volvió a preguntar, porque estaba bien así. El frío de la mañana que antes congelaba su mano, chocó con el calor tibio de las manos ajenas.

Había un árbol grande y frondoso, donde Castiel se detuvo finalmente. Se sentaron allí, y miraron hacía esa sucesión de lapidas grises y ángeles vueltos piedra.

- No venía desde que murió mi madre. – Dijo, con su mirada azul perdida en la distancia.

- ¿Qué edad tenías cuando paso?

- Tres años.

- ¿Y por qué no regresaste a verla?

- Cuando necesito hablar con ella, simplemente lo hago, sea donde sea.

Sam comprendió. No necesitaba estar a un lado de su hermano muerto para darle una justa despedida, necesitaba sentirlo en su corazón.

- Toma mi mano. – Le pidió Cas, y Sammy lo hizo. – Y cierra los ojos.

- ¿Qué haremos?

- ¿Quieres decirle algo a Dean, algo que hayas olvidado?

Se tomó un momento para pensarlo. Abrió sus ojos y miró a su lado. El perfil del morocho, con sus ojos cerrados, era una bonita imagen. Más no sería más hermoso que sus manos entrelazadas; Samuel aún llevaba la cruz enredada en su mano y esta caía entre la unión.

- Creo que no le dije que... tenía razón. – Sonrió. – Voy a hacer lo que me pidió. Seré valiente y, aunque las cosas vayan mal, lo intentaré una y otra vez.

Las cejas de Castiel hicieron un movimiento gracioso, intrigado porque había sido aquello que Dean le pidió a su hermanito. Y, a pesar de las dudas, no le pregunto.

- ¿Tú? ¿Qué le dirías? – Animó Sam esta vez.

El mayor abrió sus ojos, mirándolo directo a los suyos. Su mirar cayó un minuto, solo para elevarse al cielo segundos después. Sammy sintió como el apretón se intensificó y

- Dean, si me escuchas aún, - Habló al cielo. – juró con mi alma que cuidaré de Sam.

No pudo evitar llorar, no pudo evitar las lágrimas que cayeron una a una en fila. Era una promesa tan profunda, y la situación en la que estaban solo la hacía aún más veraz. Cuando su hermano partió, sintió la soledad de mil eones en su corazón, como algo que no podría superar jamás. Pero ahora, con Castiel sosteniendo su mano, jurando ser su guardián, supo que estaba a salvo. Su corazón latió con fuerza y su alma se sintió cálida. Este sentimiento hacía su ángel se hizo más, y más, poderoso.

- Cas...

El morocho bajó su mirada del cielo y reflejó el mismo celeste frente a Sam, con una suave sonrisa en su rostro.

- ¿Si, Sammy?

El viento sopló, como el empujón imaginario que Dean le daría en aquel momento, despeinando sus ondas chocolates.

- Te amo. 

Anillos dulces.Место, где живут истории. Откройте их для себя