Capítulo 10

12K 557 214
                                    

No sé cuánto tiempo paso con la mirada fija en la pantalla de mi teléfono, pero parecen horas desde que adopté esta posición, donde sólo miro atentamente el número que acabo de marcar. Ese que pertenece a Xhad.

«Viene hacia acá». Me recuerda mi subconsciente, pero tengo las emociones tan adormiladas por el alcohol que eso no logra alarmarme o importarme.

Tiro mi teléfono contra la alfombra donde estoy sentada, al tiempo que me incorporo de pie y, con dificultad, avanzo hacia la cocina.

Sin embargo, cuando hago el intento de dar un paso me tambaleo y termino cayendo al suelo.

Por suerte, me da tiempo de colocar mis manos al frente para caer sobre ellas y evitar que mi cara dé de lleno contra el suelo; una maldición es murmurada por mis labios en el instante que trato de incorporarme, pero lo único que consigo es sentarme sobre el piso.

—Realmente estás muy mal.

Un grito se construye en mi garganta y doy un respingo exagerado sobre mi sitio, antes de que gire mi cabeza a toda velocidad hacia donde escuché la voz.

Mi corazón da un tropiezo cuando lo veo allí, de pie en el umbral de la puerta. Pero todo mi mundo da un giro abrumador cuando Xhad cierra la puerta detrás de él y comienza a avanzar hacia donde me encuentro.

Por unos confusos instantes me saca de balance ver las ojeras oscuras bajo sus ojos y la palidez de su piel.

Pero todo eso se esfuma cuando siento sus dedos haciendo contacto con la piel expuesta de mis antebrazos para, seguidamente, tratar de levantarme de dónde estoy.

Allí soy más consciente de nuestro contacto y su cercanía, y cómo el olor de su loción se cuela de forma dulce en mi nariz. De un tirón brusco me deshago de su agarre —a pesar de que él no estaba haciendo fuerza para sostenerme, en lo absoluto— y doy un paso lejos cuando ya estoy de pie.

—¿Cómo entraste? —exijo saber, con más brusquedad de la que me gustaría.

Xhad señala la puerta detrás de él, con su pulgar.

—Está abierto —dice—. Toqué, pero supongo que no me escuchaste. Así que decidí entrar.

Silencio.

Un extraño, incómodo y tirante silencio llena toda la estancia.

En ese lapso de tiempo —donde podría cortar la tensión del momento con un cuchillo— me doy la libertad de observarlo a mayor detalle; trae puesto un joggers gris, una camiseta blanca sencilla. Su cabello oscuro luce despeinado, como si se hubiese pasado las manos por él muchas veces, sus ojos negros lucen cansados. Pero a pesar de lucir así de descompuesto, como si muchísimas cosas abrumadoras estuviesen pasado en su vida, Xhad sigue siendo insoportablemente atractivo.

Sigue luciendo tan impresionante e imponente como él siempre ha sido y, aunque odie admitirlo, aún me sigue robando el aliento. Aún sigue provocando que cada parte de mí se estremezca al tenerlo cerca, y que sienta como si muchísimas mariposas revolotearan en mi estómago.

Y lo odio.

Lo odio por eso.

Lo odio por provocarme tantas cosas a la vez. Pero lo odio aún más por provocar, con solo su presencia, que tenga las imperiosas ganas de mandar al demonio todo —lo poco que me queda de dignidad y vergüenza— para fundirme en su abrazo y besarlo hasta que me duelan los labios.

Pero me odio más a mí misma por no poder olvidarlo, a pesar de lo que me hizo.

—No te quiero aquí —suelto, en un murmuro, al cabo de unos instantes de silencio—. Vete.

Tocando lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora