11 - Su espalda 🌊

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𝓓urante la última semana habíamos dejado de ser adolescentes

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𝓓urante la última semana habíamos dejado de ser adolescentes. En los pasillos ya no se escuchaban los típicos cuchicheos sobre encuentros amorosos, concursos de popularidad o catastróficos exámenes; en su lugar, la visita de los policías era el tema de conversación más candente.

El motivo no era solo su llegada. Las continuas llamadas a los alumnos del instituto a través del sistema de megafonía era lo que más nos ponía nerviosos. Eso, y la incertidumbre de no saber cuándo te tocaría. Al igual que muchos otros, durante cinco días había estado pendiente del altavoz, preguntándome cuándo me tocaría a mí, debatiéndome en una lucha interna entre si desearía quitármelo de encima pronto o poder retrasarlo hasta el viernes. Al final, ganó la segunda opción.

Estaba en mitad de un experimento en el laboratorio de química cuando, sin sospecharlo siquiera, llegó mi turno.

—Odette Blackbourn —vociferó mi padre a través del megáfono.

El ácido corrosivo que estaba utilizando se agitó entre mis manos, como si alguien hubiese seleccionado la opción de centrifugado. Las gotas volaban y salpicaban todo lo que encontraban a su paso, y mis compañeros, por temor a quemaduras de tercer grado, se alejaban unos pasos de mí con los brazos en alto.

—Perdón... Perdón. ¡Perdón! —repetía a cada paso que daba en mi camino hacia el despacho de mi padre.

Desde él, el director me recibía en su flamante silla, con las manos entrelazadas y los codos puestos sobre la mesa. Su mirada me asustaba. Era esa que utilizaba cada vez que estaba a punto de suceder algo muy malo.

—Pase por aquí, señorita —indicaba una voz masculina proveniente de la sala anexa.

Siguiendo su origen me topé de frente con un joven policía, un veinteañero rubio con una impactante mirada verde y un cuerpo tonificado. Menuda sorpresa. Estaba convencida de que los policías de Mystic Hill estaban fofos, y que el único ejercicio que hacían era el de llevarse la rosquilla del desayuno a la boca.

—Buenos días —saludé, intentando evitar escanear todo su cuerpo con la mirada.

—Tome asiento, por favor —indicó amablemente el agente llamado Night, de acuerdo a la chapita estampada en su camisa.

—Gracias.

En una perfecta coordinación quedamos enfrentados, sentados a ambos lados de la impoluta mesa. Desde mi silla me limitaba a jugar con mi pelo de forma neurótica, observando a aquel que tenía delante. Con mirada ausente y sin saber que dos pares de ojos lo analizaban, el policía abría un pequeño cajón del que sacaba unos documentos, una grabadora, un lápiz y papel.

Su rostro juvenil, a pesar de no verse afectado por el paso del tiempo, sí lo estaba por lo que parecía ser estrés e insomnio. Un par de oscuras ojeras, acompañadas de algunos bostezos esporádicos, le hacían verse agotado. Bien podría ser los estragos de una noche divertida, pero a juzgar por la mala cara que lucía, me decantaba más por la idea de que hubiese pasado la noche en vela estudiando un caso.

Anatomía del chico perfecto [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora