1 - Sus ojos 🌊

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𝓐ún recuerdo el día en el que lo vi por primera vez; el instante en el que, sin saberlo, cambiaría mi vida para siempre

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𝓐ún recuerdo el día en el que lo vi por primera vez; el instante en el que, sin saberlo, cambiaría mi vida para siempre.

Era una mañana lluviosa en el pequeño pueblo de Mystic Hill; las calles estaban atestadas de coches por los cientos de padres que habían salido antes de casa para llevar a sus hijos al instituto. Entre todos colapsaban la carretera principal, creando largas colas y atascos que conseguían sacar lo peor de cada conductor.

—¡Vamos, imbécil, muévete! —Apostaría a un todo o nada a que los gritos de mi padre podían escucharse a varios kilómetros a la redonda. La mayor parte del tiempo era un hombre pacífico y con modales chapados a la antigua, a excepción de cuando llegaba tarde al trabajo. Se ponía de muy mal humor si eso pasaba porque, ¿con qué cara iba a exigirle puntualidad a sus alumnos si ni él mismo la cumplía?

Con la banda sonora de los bramidos de mi padre de fondo me encogí en mi asiento, el de copiloto, intentando pasar desapercibida a ojos de los demás. Ya era todo un suplicio tener que estudiar en el mismo instituto en el que mi padre era el director como para que, además, hoy decidiera montar un numerito que me pusiera en evidencia frente a los demás estudiantes. Aunque no te negaré que también tiene sus ventajas. Todo el mundo quiere aprovecharse de esa inmunidad que le otorga el ser amigo de la hija del director y poder meterse en líos sin que le caiga una expulsión. ¿Qué he obtenido yo a cambio sin haberlo buscado? Ganarme una plaza en el equipo de animadoras, aunque sé que más de la mitad no me traga. Si obviamos las exigencias de mi padre hacia mi expediente académico, no está tan mal después de todo.

Sin embargo, ni la mejor fiesta del mundo a la que me pudieran invitar me servía como aliciente en ese momento. Cuando creía que sus ánimos parecían haberse calmado un poco, en el último tramo del viaje volvió a lanzarle improperios al conductor de delante, mi profesor de Literatura.

—Papá, por favor, aquí no... —Mis mejillas se incendiaron cuando un grupo de chicos, que caminaban bajo un paraguas de tres mangos en dirección al centro escolar, nos reconocieron y empezaron a desternillarse de risa.

Ya que él no estaba por la labor de hacer caso a mis súplicas no me quedó otro remedio que subir el volumen de la radio y silenciar sus gritos al ritmo de We will rock you, de Queen. Si algo tenía en común con mi padre era la pasión por la música de los 80. Eso, y los palitos de queso.

— Son las ocho menos tres minutos, lo he vuelto a lograr. —Sonrió triunfante al detener el coche en su plaza de aparcamiento antes de que sonase la alarma que anunciaba el inicio de la jornada escolar.

—Timothy Blackbourn siempre cumple con sus obligaciones —sentencié a la vez que mi padre, tratando de imitar su voz grave. Había vivido tantas veces este momento que podría relatar sus diálogos y gestos de memoria. Incluso sin levantar la vista de mi teléfono móvil sabía a ciencia cierta que él había echado a andar con el pecho inflado como un pavo real hacia la puerta principal del centro.

Anatomía del chico perfecto [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora