32 - Sus promesas 🌊

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𝓛a eternidad se veía como algo breve en comparación con dos noches seguidas sin poder dormir

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𝓛a eternidad se veía como algo breve en comparación con dos noches seguidas sin poder dormir. Con los nervios a flor de piel por la proximidad de mi viaje a New Heaven, era inconcebible obviar el repentino cambio que mi vida iba a experimentar y encomendarme a Morfeo.

Dos interminables días sin pegar ojo, lo que equivalía a... no sé cuántas horas. A estas alturas mi cerebro no era capaz ni de hacer una sencilla operación matemática. Tal era el estado de descoordinación en el que me hallaba que, durante la mañana, mi madre me había lanzado las llaves de su coche para que las cazara al vuelo y en su lugar me había quedado pasmada mirando cómo viajaban en mi dirección y me golpeaban de lleno en la frente. Vergonzoso.

No estaba en mi mejor momento, tampoco creía que estuviese en condiciones de salir de casa, pero hoy era mi último día en Mystic Hill y, con ello, llegaba el momento de despedirme de mis dos mejores amigos. Amanda había enviado una confirmación de asistencia; de Friday, en cambio, no había recibido respuesta alguna. Aun así, albergaba la esperanza de que se dejara ver por la heladería, aunque fuese en el último momento.

Con mi mejor vestido de verano, de tulipanes estampados sobre una tela blanquecina, y unos mechones de cabello recogidos con una traba sobre mi oreja izquierda, este era el primer día que salía de casa sin el broche de los cisnes. Esta mañana tras una relajante ducha fría había decidido que no me lo llevaría a Connecticut. Era hora de dejar el pasado atrás, y la mejor forma de conseguirlo era guardándolo en el fondo de mi mesa de noche. Aferrarme a aquel pequeño regalo era como hacerlo a los cientos de recuerdos que tenía con Simon. Estaba a punto de comenzar una nueva vida universitaria y no podía permitir que su fantasma me atormentase e interfiriese en mis estudios.

Debía olvidar sus promesas vacías y sus discursos plagados de mentiras.

El golpeteo de la lluvia contra la ventana me adormecía entre la seguridad que los brazos de Simon me aportaban. Últimamente su dormitorio se había convertido en el refugio de nuestro amor, un escondite donde poder ser nosotros mismos sin tener que dar cuentas a nadie.

Sin lugar a dudas, confesarle nuestro noviazgo a sus padres había sido la mejor decisión.

En mitad de aquella escena romántica, mi cabeza se esforzaba por crear un entorno plagado de oscuridad que invadiese mis sueños y los transformase en tormentosas pesadillas. Entre mis manos, el rostro sin vida de Simon me observaba con mirada ausente y la boca entreabierta, como si la mismísima Medusa lo hubiese petrificado. Ojalá fuese aquel el motivo de su quietud. Ojalá su corazón no hubiese dejado de latir unos segundos atrás.

Entre sollozos, había comenzado a gritar su nombre. Aquellos alaridos de dolor debieron de traspasar la barrera de la inconsciencia, pues con susurros y algunos zarandeos Simon trataba de traerme de vuelta a la realidad.

—Shhhh, tranquila, es solo un sueño. —Con sus brazos me estrechaba y me acercaba a su cuerpo, cálido y reconfortante. Sus labios depositaban besos fugaces en mis mejillas, llevándose con ello la humedad que mis lágrimas dejaban en su descenso.

Anatomía del chico perfecto [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora