—Ya te he dicho que eso es imposible. No insistas. Si te despertaras y me entregaras tus poderes, quizá podría considerar hacerte un lugar en mi propia cama —bromeó él. Luego añadió—. Y no me pongas esa cara de preocupación, que no te pondría una mano encima ni aunque mi vida dependiera de ello. Eres demasiado fea para mi gusto, necesitas crecer. Yo prefiero a las mujeres con curvas, con buenos modales y con la boca cerrada.

El rostro de la niña se deformó con prisa ante la declaración de su captor; no le agradaban ni la insinuación sexual ni el desprecio. Sus ojos comenzaron a brillar como faros, huecos, y su figura cambió de forma con prisa.

Frente a Makara se alzaba ahora una aparición demoníaca que parecía irradiar más calor que el fuego mismo.

—¡Te hundiré! —gritó ella, su voz era irreconocible—. ¡Lo primero que haré al despertar será ponerte en el fondo del océano! —declaró con furia.

El pirata contuvo su repentino miedo. Intentaba convencerse de que todo era tan solo un sueño y que, sin importar lo que dijera la niña, no podría lastimarlo. Con disimulo, pellizcaba el dorso de una de sus manos para intentar despertar.

—¿Pero a ti quién te entiende? —respondió él, frustrado. Sus palabras temblaban con ligereza, casi imperceptible—. Te ofrecí compartir la única cama de la Acantha conmigo y tú no la quieres, aunque te prometa no tocarte. ¿Es que acaso sí deseas ser mía, Tesoro? Si me lo pides, haré una excepción a mis preferencias.

Makara, más allá de sus palabras, jamás le faltaría el respeto a una mujer contra su voluntad ni tocaría a una niña. Sus hombres lo sabían, pero la joven dormida desconocía este detalle de su personalidad. El capitán había sido criado para ser un hombre educado, no una bestia. Tenía mala reputación y disfrutaba de los prostíbulos ocasionales, claro, pero no lastimaría a una dama.

El obículo comenzó a gritar a causa de la ira. Su voz se alzaba con furia y rebotaba contra paredes invisibles.

—¡Ya cállate! —ordenó Makara. Realmente deseaba que sus suposiciones fueran ciertas y que la niña no pudiera hacerle demasiado daño en ese estado—. Dices que yo no tengo modales, pero cada vez que no te gustan mis palabras, te pones a hacer berrinches caprichosos, ¡por las barbas de mi abuelo! ¿Acaso te criaron entre animales? Si quieres conversar conmigo o debatir, te escucho. Pero tus lloriqueos de niñata consentida no van a funcionarte. Más que un tesoro de los dioses pareces la hija del demonio, mierda.

El capitán no podía tolerar la jaqueca causada por el cansancio y por la voz de su rehén. Dudaba que el dolor en su sien pudiese empeorar bajo ninguna circunstancia, así que nada perdía con intentar establecer un diálogo razonable y civilizado con la manifestación de su prisionera.

—¡Sácame de aquí! —gritó el obículo. El tono de su voz era más suave que antes, aunque mantenía la figura bestial.

—Escucha, Tesorito. ¿Te puedo llamar así? —Sin esperar una respuesta, el pirata continuó hablando—. No tengo otra cama, ya te lo he dicho. Tus opciones son dormir a la intemperie en la cubierta, con mis hombres o conmigo. Si ninguna te agrada, te quedas aquí, en el depósito. Y si sabes lo que te conviene, no optarás por descansar con la tripulación. No puedo prometer tu seguridad en un espacio con veinte hombres. Yo tengo un gusto claro en mujeres, pero temo que muchos de ellos se interesan por cualquier ser vivo que tenga un agujero, si me entiendes.

Makara estalló en carcajadas ante sus propias palabras. Frente a él, el obículo recuperó su forma humana poco a poco. La chica parecía seguir enfadada y gravemente ofendida, pero estaba dispuesta a escuchar al capitán.

—Odio este lugar —se quejó ella—. Odio tu barco, odio a tus hombres y te odio a ti, pirata. Si pudiera levantarme por mi cuenta y matarlos a todos, lo hubiera hecho varios días atrás. ¡Me arrancaron de mi templo para arrojarme a un depósito sucio! ¡A mí!

Cementerio de tormentas e ilusionesWhere stories live. Discover now