Charla

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Para aclarar las dudas del joven, Lil le sugirió que se cambiara de ropas y se reunieran en la antigua biblioteca. Hizo caso a la sugerencia y, después de atenderse, no demoró mucho en ir al lugar acordado. No era la primera vez que ellos se reunían ahí. Tiempo atrás, Lil abrió la puerta de la biblioteca para que Ren estuviera más cómodo a la hora de estudiar. Era una gigantesca habitación donde desfilaban libreros repletos de libros viejos. En el ambiente se percibía el aroma característico de las hojas amarillas. Adornaban y servían para la estadía algunos opulentos y antiguos muebles de una época pasada; yacían esparcidos por la biblioteca y algunos cerca de la chimenea. Era reconfortante pasar los días fríos cerca de la chimenea junto a un buen libro, eso creía Ren, cuando veía las cenizas. Parecía que el tiempo se estancó en la biblioteca y el polvo tomaba forma humana y se ponía a danzar. Ren a veces pasaba el tiempo ahí, intentando leer antiguos libros, pero estaban escritos en diversos idiomas muertos. Los antiguos dueños de la mansión, brujos del pasado, no imaginaron que sus amados libros se volverían inservibles al pasar el tiempo.

Ren entró. Vio la alfombra purpura que desentonaba con el suelo laminado. Recordó que la bruja le contó que debajo de la alfombra había una entrada secreta a la real biblioteca del lugar, donde libros prohibidos se encontraban resguardados con hechizos y alejados de todo humano que podría darles mal uso. Él intentó acceder, pero no pudo. Había muchos secretos resguardados en la mansión; pasillos ocultos, puertas secretas, y en el jardín trasero, debajo de un álamo, un tanto alejado del bosque de tejos, se encontraba la entrada a las catacumbas de brujos y pasajes secretos que conectaba con muchos lugares diferentes de la ciudad.

Ren llegó a explorar a más profundidad la casa, pero se encontró con cosas fuera de su entendimiento. Como un esqueleto parlanchín y fumador, vivía en un cuarto que servía como enfermería. En una habitación pequeña, dio con un duende que hacía yoga. En un pasillo oculto y cubierto de polvo, miró a una rata que cabalgaba en un gato. Vivía en el pozo del jardín, un pequeño hombrecito muy flacucho que vestía un traje de carnero. Y donde crecían rosas muy aromáticas, se encontraba un hada. Ren conversó un par de veces con ella, sobre lo mucho que extrañaba su madre. La pequeña hada le dijo que era bueno mantenerla viva en sus recuerdos, de prefería los buenos momento. Lil le explicó a Ren que, gracias al hechizo que hacia Melia y los fantasmas de la mansión, cual ocultaba el rastro de ellos, podía existir dentro de la casa seres tan fantásticos.

Sin hacer mucho ruido, Lil y Ian entraron en la biblioteca. Avergonzado de sus actos anteriores, Ren, sonrojado, contempló a Lil. Volvió a ser feliz. Ella se encontraba tan espléndida como la recordaba. Ren no deseaba hablar sobre su atrevimiento, pero deseaba disculparse. Poseía muchos sentimientos encontrados. Intentó ignorar el tema y enfocarse en la explicación que le debían. Concluyó con la idea de que no era momento para romances. Lil e Ian ocuparon lugar en los sillones cercanos a la chimenea. El maduro hombre se encontraba calmado y sonriente. Sacó del bolsillo de su traje una pipa, la encendió y fumó como si deseara hacerle competencia a la chimenea. Lil lo miraba con desprecio. Lo que más le molestó es que Ren se diera cuenta de dónde ella adquirió el vicio de fumar.

Ren, inmutado, miró al hombre de ojos mieles. Le recordó a las serpientes de mirada vibrante. Por algún motivo, le trasmitían una sensación incómoda esos ojos, estaba seguro de haberlos visto en otro lugar, pero no recordaba con exactitud en donde.

Todos guardaban silencio, en especial Ren, quien se sentía mal por estar cerca del ex de la mujer que amaba. Ian era un hombre hecho y derecho. Se rasuraba la barba seguido, tenía un cuerpo ejercitado, musculoso sin ser exagerado y portaba los trajes como todo un modelo de revista. Era el típico hombre que podía tener fácil a cualquier mujer que se fijara en el físico y buscara la compañía de un hombre seguro de sí mismo. Por otro lado, Ren era un joven estudiante; inseguro, un tanto miedoso, de facciones finas y delicadas, cabellos rebeldes, esbelto, de presencia fúnebre y piel nacarada que le hacía parecer fantasma.

Pluvo: el aprendiz de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora