La pianista

2.5K 387 80
                                    

Sueños, algo que los humanos disfrutan anhelar hacer realidad, justo eso creía Lilith. Adoraba la música, era su ilusión trasmitir sus sentimientos a través del piano que tocaba con tanta devoción. Esperaba que el aire llevara sus composiciones a los espectadores y hacerlos estremecer. Sin embargo, no podía dedicarse al piano del todo. Odiaba invertir tiempo en cosas de la secta junto con sus padres brujos. Ir a reuniones, tener estudios exhaustivos de cosas que parecían fantasía y realizar rituales en los días que dictaba algunas fases de la luna. Educada con cosas que no entendía y no deseaba conocer, Lil leyó cientos de libros sobre magia, metafísica, filosofía, astrología, ensayosde brujos y más cosas que realmente a ella no le interesaban. No retenía conocimiento, ella sólo quería tocar el piano.
Para más desgracia y cortarle la inspiración a la hora de componer, seguido escuchaba su madre discutir, parecía que se encontraba obligada a ser parte de la secta, al igual que su hija.


La noche estaba en su apogeo y Lilith se encontraba en un importante evento de la facultad donde era estudiante. Los alumnos más destacados realizaban un concierto libre. Aquel día ella invitó a sus padres, tristemente, ellos no asistieron.
Lil subió al escenario, barrió con su mirada las butacas, buscó entre los espectadores la presencia de sus padres. Ingenua, se llamó a sí misma cuando no vio a sus progenitores entre los asistentes. Tomó asiento en el banquillo, levantó la tapa del piano y miró por última vez, se encontró con aquel hombre, el que la pretendía con insistencia. Yacía él sentado en la primera fila, con una sonrisa marcada en el rostro. Vestía un espléndido traje oscuro hecho a su medida que combinaba con una camisa azulada. Su sedoso cabello caía por sus hombros y se camuflaba con el opulento traje. Y sus ojos mieles fueron como dos faros que guiaron el camino de la pianista.

El corazón de Lil se emocionó, sonrió y sin demorar más su función, tomó aire, y se entregó a la paz y silencio del lugar; para convertirse en la asesina de aquella paz. Con agilidad sus dedos se desplazaron de un lado a otro, algunas veces ligeros como una pluma, en otros momentos dejaba caer con agilidad el peso de la mano en las teclas. Para ella todo estaba asimilado a la perfección, su apasionada técnica era producto de horas y horas de ensayo exhaustivo. Los presentes guardaron silencio, fueron absorbidos por la presentación de Lil, el asombro les emanaba por los ojos. Sin mostrar agotamiento, tocó varias piezas musicales a la perfección y terminó el evento con Winter wind de Chopin. Los invitados se enamoraron de la joven, no sólo por su talento, también por la belleza que exteriorizaba. Cabellos largos de noche, piel nacarada, ojos de joya, facciones definidas y amenas. Era difícil ignorar la belleza de Lil.

Después del concierto, la mayoría de los invitados pasaron al salón de reuniones donde se les ofrecieron bocadillos, vino y la invitación de contemplar algunas obras de artes destacadas entre los estudiantes de arte.

Aburrida, Lil con una copa en la mano observó a sus compañeros como eran elogiados por sus familiares, de un momento a otro ella perdió el protagonismo. Se veía a la distancia su soledad y tristeza, a pesar de que fue la que mejor tocó el piano y se lució. Caminó por el lugar incomodada por la soledad, ni el elegante vestido rojizo que compró para la ocasión la hacia sentirse cómoda y adaptada en el ambiente. Vislumbró a la distancia a alguien acercarse rápido a ella.

—¡Lil! Estuviste fabulosa, como siempre —elogió el hombre de los ojos mieles. 

Ian miró con dulzura a Lil.

El elegante caballero se acercó a ella con un ramo de rosas blancas.

—Ian, no es para tanto —respondió  y sus mejillas se arrebolaron.

—Claro que sí, lo tuyo es el piano. —Abrazó, pegándola demasiado a su cuerpo.

Lil sintió su corazón dar saltos y que atravesaría su pecho para escapar lejos de ella junto con el corazón de Ian. Estaba claro que no estaba acostumbrada a recibir afecto. Ian se alejó del cálido abrazo e hizo entrega de las flores mientras sonreía de oreja a oreja.
Juntos rondaron la sala, comentaron sobre las pinturas, y jugaron a aparentar a ser críticos severos de arte hasta aburrirse.

Pluvo: el aprendiz de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora