El quiosco y el cuarto de Lil

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Cuando llegó la mañana, los ruidos de los pájaros alejaron el extraño sueño de Ren. Al momento de abrir los ojos, él se encontró solo en su habitación. Esperaba ver el rostro de Lil antes que nada. Al mirar que seguía vestido, se preguntó qué fue parte de un sueño y qué no.
Después de un largo baño y alistarse, Ren bajó a la cocina con ganas de beber una gran taza de café. En el camino se encontró con Melia, sonreía de oreja a oreja y llevaba en las manos una lista larga y varios recibos.   

—Lil nos ha encargado realizar una importante misión: pagar los recibos e ir de compras. —Melia, sonriendo, entregó la lista a Ren.

—No es una misión importante —Ren hizo un ligero puchero—, te mintió. ¿Lil no vendrá? 

—No, me dijo que creará una gema que viva en el mundo físico y contenga magia del lado oscuro. Estará muy ocupada todo el día.

Ren echó una mirada a la larga lista; ropa para Melia, cigarrillos, vino, quesos, pastas, chocolates, pasteles, pagar los recibos... entre otras cosas. Suspiró desganado al imaginarse lo aburrido que sería su día sin Lil. No obstante, agregó a la lista ir con el oculista por unos lentes nuevos, algo que le dio propósito y le alegró la salida.

—¿Te habrá picado algún insecto? —preguntó Melia y se acercó más a Ren para contemplar los moretones que él tenía en el cuello. 

—No le digas así a Lil —dijo risueño y guardó la lista en el bolsillo de su pantalón.

Después de desayunar, partió con la compañía de Melia. Ella, emocionada, miraba de un lado a otro. La salida se alargó más de lo esperado debido a las pausas innecesarias que realizaba Melia. Sin embargo, Ren disfrutó de ver a Melia contemplar el mundo de manera minuciosamente, llena de curiosidad y asombro. Le contagió el ánimo de mirar las cosas que ignoraba la mayor parte del tiempo por suponer que siempre estuvieron ahí, en la vida de la humanidad. También, en un par de ocasiones se rio por adentro, al ver como la joven bruja se asustaba de la tecnología. Cuándo Ren pasó el código de un recibo para pagarlo, Melia se espantó mucho con el sonido que hizo la máquina automática. Asombrada, dio vueltas e intentó buscar al humano que creyó estaba adentro y controlando la máquina. A Ren le demoró tiempo explicarle superficialmente cómo funcionaban las máquinas y cajeros.   

Después de realizar los pagos, Ren y Melia pasaron al oculista, donde no solo él salió con lentes nuevos, Melia también necesitó de unos para ver mejor. El día pasó con rapidez. Lo más difícil para Ren fue encontrar la tienda de ropa ideal para Melia. Ella poseía gustos anticuados, pero al final se conformó con vestidos largos donde no se llegara a mostrarse sus huesudas rodillas. Al caminar para tomar el tren ligero que los llevaría de regreso, de un momento a otro, Melia se desvió del camino y se alejó de su acompañante. Ren se percató de que Melia ya no estaba cuando le preguntó por qué ella no era algo prohibido en la Tierra a pesar de haber estado en otra dimensión por décadas. Vislumbró a la lejanía la esbelta silueta de Melia 

perdiéndose en contracorriente de la marea de los transeúntes. Ren, cargando casi todas las compras, fue detrás de ella. Ante la mirada de preocupación de Ren, se abrió paso un insólito y a la vez encantador escenario. Había un gran quiosco ubicado en el centro de la ciudad, rodeado por elegantes edificios coloniales y grandes templos. Casas de acampar yacían adentro y fuera del quiosco. Y por algún motivo, policías mantenían la zona acordonada, no dejaban pasar a nadie. Las torres puntiagudas de algunos templos, que parecían ser siluetas grises en un lienzo azulado y blanco, se abrían paso en el cielo, conviviendo con las nubes que no podían alcanzar. El brusco viento arrastró con las flores y hojas dejadas por los árboles que vivían controlados en las amplias jardineras. El suelo estaba alfombrado por flores lilas aromáticas y follaje seco. Los candiles de la zona comenzaron a brillar, la oscuridad llegaba a pazos gigantescos en cada minuto. Los fantasmas errantes del lugar cobraron relevancia con la luz amarillenta que pintaba su silueta. Algunos caminaban de un lado a otro, sin rumbo fijo. Otros aparentaban ser humanos que se dirigían a algún lugar. Ren estaba acostumbrado a ver algunos fantasmas como humanos e ignorar los que tenían un aspecto escabroso. Sin embargo, en esta ocasión los fantasmas no eran lo más llamativo en el lugar. Ren enfocó su mirada, entrevió a la distancia a extrañas personas que resaltaban entre la multitud y a Melia cerca de una jardinera, se apresuró donde Melia se encontraba observando. 

Pluvo: el aprendiz de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora