Castigo/ Parte 2

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Al llegar al final de las escaleras dieron con otra puerta, enorme, de bronce y adornada con grabados de brujas ardiendo en llamas. Eran sumamente claras las expresiones de dolor en los rostros de las brujas, demostrando que el herrero encargado de hacer la puerta era sumamente talentoso. Lil llevó su mano a la gran cerradura dorada, recitó nuevamente un hechizo y la puerta se abrió hacia adentro sin hacer ningún ruido.

Lil al poner un pie, las polillas que se encontraban en los muros volaron rápidamente al interior. Ren le asombró ver tantas aleteando por todos lados. Sorpresivamente, de un momento a otro, el interior se iluminó, las polillas irradiaron una encantadora luz dorada de ensoñación. Lil pagó la linterna. En el inmensurable lugar se encontraban incontables urnas debajo de un grueso y polvoriento cristal que funcionaba como piso. Se trataban de los restos de antiguas brujas.

En todos lados se encontraban puertas que invitaban a ser abiertas, algunas eran viejas y oxidadas, otras parecían recién puestas, cada una llevaba a un espacio, tiempo y mundo diferente. Ren observó con una mirada de intriga. Todo, el lugar, el momento, las puertas, urnas y las polillas parecían pertenecer a un sueño y no a la realidad.

Continuaron con su andar mientras bobeaban. Lil se paró enfrente de una gran puerta de hierro con un ojo cerrado en su cerradura. Ella acercó su ojo donde estaba el falso y susurró «un juicio para continuar en este mundo». El ojo parpadeó un par de veces antes de abrir la puerta que cuidaba. Ren y Lil entraron, asombrándose en el momento con la luz azulada de la luna que entraba anchamente por un tragaluz. Caminaron con cuidado en el viejo suelo laminado, ya que en el lugar se encontraban demasiadas velas apagadas esparcidas allí y extraños artefactos de tortura. Del techo colgaban algunas jaulas oxidadas de gran tamaño y en las esquinas había algunas doncellas de hierro que aún contenían víctimas en su interior. Las ratas se paseaban de un lado a otro, resonaba en eco sus chillidos en el gran salón.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Ren, inquieto.

—Aquí es donde eran juzgados los malos brujos —contó Lil un tanto pensativa—. Siempre han existido brujos que le dan mal uso a su poder —aclaró.

Ren no dijo nada, tragó saliva y miró hacia los grilletes que colgaban de un pilar.
Lil caminó hacia donde había un pentagrama tallado en el suelo y en el centro de estos dos pilares rodeados de cadenas. Ren analizó el tétrico pentagrama, en el suelo había rastros de sangre seca. Sin embargo, lo que más extraño le pareció ver, fueron pétalos secos esparcidos en el interior de la estrella; eran los pétalos de las rosas salvajes que crecían en el jardín. Lil llamó a Ren y cuando él se acercó, ella tomó el bolso y sacó una máscara con forma de rostro de siervo, tan realista como uno vivo. Parecía que Lil le arrancó el rostro a un siervo y lo hizo máscara. Ren se preguntó en pensamientos por qué ella debía ocultar su hermoso rostro y por qué le daba escalofríos contemplar la realista máscara. Lil le ordenó que se colocara en el centro del pentagrama y no se moviera, al hacer caso a lo ordenado, las cadenas se movieron por cuenta propia y encadenaron a Ren de las muñecas con los grilletes. Intentó liberarse al jalonearse, pero Lil, con una amable y encantadora entonación, le pidió que se calmara y aclaró que era parte del ritual. Ren dejó de moverse, quería vomitar su corazón. Miró por todos lados, buscando calma en algo. Sin embargo, se alteró más al ver la mano de un desdichado esqueleto sobresaliendo de una de las jaulas que colgaban del techo.

Pasó el tiempo, la oscuridad comenzó a consumir la brillante luna, era el eclipse. Cuando la tenebrosidad llegó, las velas del lugar se prendieron por cuenta propia, iluminando todo como si fueran estrellas esparcidas en un basto universo.

—¡Invoco a la corte de brujas caídas! —gritó Lil—. Escuchen mi llamado y acéptenme como un juez.

Las luces de las velas parpadearon y lentamente, algunas flotaron en la densidad de la penumbra. Las débiles llamas alumbraron las siluetas fantasmagóricas que llevaban en manos las velas. Eran fantasmas de brujas, cada una usaba una máscara que la distinguían del resto y proyectaba su espíritu animal. Había lobos, búhos, serpientes, cuervos, polillas, tortugas, elefantes, siervos, alces, osos, ciempiés y todo ser vivo existente en la Tierra. Una de ellas, la que medía más de dos metros y portaba una capucha negra en lugar de máscara, se acercó flotando hacia Lil con su vela en manos.
—Te reconocemos como el juez de tu igual —murmuró con una voz espectral.
La vela se agitó y hondeó como si fuera de goma, ante la mirada incrédula de Ren, esta se transformó en una daga plateada que resplandecía como si fuera la misma luna en el universo. El fantasma de la bruja estiró sus manos y se la ofreció a Lil; sin dudar, ella la tomó. El ser fantasmagórico regresó a su lugar flotando. Lil se planteó frente a Ren, dudaba, pero no tenía otra alternativa.

Pluvo: el aprendiz de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora