Luego de seis años en un internado, Kyle vuelve a South Park para enterarse de que todo a su alrededor había cambiado, incluso Eric Cartman; quien demostraba un comportamiento sospechoso para los ojos de aquel judío.
Aferrado al pasado y a las idea...
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—¡Mamá, voy a salir un rato! —Le notificó el pelirrojo, entrando al comedor para ver como su vieja tomaba el té con Sharon Marsh y Carol Mccormick.
—¿A dónde vas? ¿Llegas a tu casa y lo primero que haces es salir a merodear por ahí? —Le reclamó, formando una clara mueca de enfado mientras hacía notar sus arrugas de expresión.
—Mamá, ¡Es fin de semana! —balbuceó —. Es por hoy y luego me dedicaré solo a ustedes
—Déjalo ir, Sheila —sugirió la madre de Stan —. Es normal que actúe así luego de tantos años fuera de su pueblo
Y entonces, la señora Broflovski suspiró y sin opciones le cedió el permiso —Pero vuelve antes de que anochezca —aclaró apuntando la ventana con un dedo —. ¡Y! Cuando llegues hablaré contigo sobre algo muy importante
—Uh, ¿Ok? —Entonces, Kyle se retiró no sin antes saludar a su madre y a las invitadas.
Con Stan, Kenny y Wendy caminaron por las calles de South Park; enseñándole al recién llegado los escasos detalles o aquellos cambios que habían hecho numerosos lugares luego de su partida.
Y en un momento de querer tomar asiento en el parque, el pequeño grupo comenzó a buscar un banco en los alrededores, encontrándose con algo que no tenía nada que ver con el tema, pero que fue oro puro.
—Hey, ¿Ese no es Cartman? —Sé escuchó salir de Mccormick.
Y una vez que Kyle lo procesó, volteó todo alterado, observando como aquel chico de cabellos castaños salía de la fotocopiadora que se encontraba cruzando la calle, cargando varios papeles en sus manos.
El pelirrojo quedó anonadado, observando detalladamente como aquel muchacho había pegado un estirón bastante notorio; ya no usaba su gorro bicolor de siempre o aquel abrigo viejo que apestaba a comida. No señor, ahora él dejaba al aire sus lisos mechones castaños y llevaba una chamarra roja con el logo de su secundaria. Si bien aquel "amienemigo" suyo era casi tan alto como él, aún dejaba ver lo robusto y panzón que era. Bueno, no tanto como antes.
