—Soy un hombre ocupado, demasiados negocios sucediendo al mismo tiempo —dijo él con una sonrisa.

Su anfitrión cogió un macaron, y solo entonces ella se permitió tomar uno. Quería creer que él no la envenenaría, no había hecho nada como para merecer tal cosa. Además, Dorant la había recibido en su sala personal, con sus sillones rococos y grandes floreros, pinturas seguramente robadas exhibidas en los muros. Era acogedora, y él no mancharía nada.

La primera vez que lo había visitado, demasiados años atrás, él le había dado un tour por su gran casa. No estaba segura si la había comprado o heredado, y no quería conocer los detalles habiendo escuchado lo que había escuchando sobre Dorant. Había una sala, al otro lado, tan simple como pasar de la entrada y coger el ala de la derecha en vez de la izquierda, donde él tenía sus muros con manchas de rojo enmarcadas y con nombres debajo. La gran sala era para las otras visitas, del tipo que Dorant necesitaba recordarles su lugar.

—Eso imaginé, pero siempre hay tiempo para buenos amigos —respondió ella—. ¿Estás solo?

—No —admitió él y ella se tensó—. Uno de mis hermanos pasó a buscar unas cosas. No será un problema.

—Conozco a tu familia —dijo Cleo.

—Y yo estoy a cargo. Y esta es mi casa —respondió Dorant—. ¿Quieres para beber lo de siempre? ¿O tal vez algo más fuerte?

—Un batido está bien.

—Podrías haberme dicho de pasar por Hallex —Dorant hizo una seña para llamar a uno de sus empleados y le pidió las bebidas—. En estas épocas, tu piscina comienza a ser bastante tentadora. Es más lindo que aquí. Y hace tiempo que no saludo a tu padre.

—Está un poco paranoico con todo esto de la enfermedad y sin visitas hasta nuevo aviso —admitió ella, Dorant se encogió de hombros.

—Suena como algo que él haría. De todos modos avísame cuando pueda pasar a visitarlo.

No recordaba la primera vez que había conocido a Dorant. En ese entonces él se había presentado por otro nombre, y ella también. Ambos niños jugando en los jardines de Hallex mientras sus padres hablaban de negocios de adultos en la sala. Leo Santorini siempre había dicho que era mejor tener al diablo de amigo, que de enemigo, aunque aquello solo fuera eventuales reuniones para comer y ponerse al día. Nada de trabajos juntos.

Incluso cuando el padre de Dorant había desaparecido, él los había seguido visitando, alegando estar a cargo ahora, y Leo Santorini había continuado recibiéndolo con una sonrisa y los mejores platos que sus cocineros pudieran ofrecer. Y, a diferencia de su padre, había decidido seguir pasando tiempo con Cleo como cuando niños. Aunque solo fuera visitarla para tomar sol junto a la piscina y hablar de tonterías.

Cleo no era tonta. Del mismo modo que en un momento su abuelo se había cansado de la pretenciosa vida social y preferido dejarle las cortesías a su padre, algún día ella estaría a cargo. Dorant simplemente se estaba asegurando buenas relaciones en el futuro.

—Lo haré —prometió ella.

—¿Dónde está tu actual socio? —preguntó él a la ligera, y ella no pasó por alto el interés oculto.

—No lo sé. No me importa —Cleo cogió su batido cuando una empleada se lo acercó.

—Gracias —murmuró Dorant recuperando el suyo—. No te imaginaba en el negocio de tráfico de medicamentos.

—No hablo sobre mis negocios, o las razones para tener un socio ahora —respondió ella.

—Sin embargo, debes querer algo para estar aquí.

Cinco de OrosWhere stories live. Discover now