CAPÍTULO 18 - DEJARSE AYUDAR

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Nina

No pude dormir tanto como hubiese querido. Durante toda la noche tuve la sensación de que nos caería una bomba encima, o que alguien metería una granada por los barrotes de la ventana. No ocurrió nada de eso. Y a pesar de que ahora las cuatro paredes estuviesen bañadas de una luz amarillenta y escuchara el silbido de algún ave rondando la cabaña, no fue eso lo que me despertó, sino la mano que me rozaba la clavícula. Me incorporé del susto tomando el kunai que había guardado debajo del saco y lo ubiqué en el cuello ancho del sujeto que me veía con los ojos muy abiertos, sorprendido de que estuviese armada.

—No te voy a hacer nada —dijo Eric.

—¿Qué haces con la mano ahí?

—Te colocaba la camisa; ya tengo que despertarlos.

Liberé un suspiro dejando caer la mano buena entre las piernas. Salí del saco y busqué la ropa que había dejado anoche sobre la mesita. Una actividad tan sencilla como colocarse un sostén se estaba convirtiendo en un sacrificio. No lograba que los ganchitos encajaran, y siempre que trataba de esforzarme me lastimaba la mano.

—Déjame ayudarte.

—Puedo sola. —Me giré.

—Tienes la mano hinchada. No podrás hacerlo. —Miró por encima de mi hombro—. Tampoco podrás colocarte la camisa o peinarte. Ni comer. —Guardó silencio un momento—. No sin ayuda, claro está.

Me volví, aborreciendo el segundo exacto en el que vi el origami rojo y decidí activar la pócima para alcanzarlo.

—Muy bien. Toma. —Extendí el brazo con la prenda—. Pónmelo. Ahora soy una inútil.

—Si te hubieses mantenido fuera de la recolección esto no estaría pasando. —Me lo arrebató y me hizo introducir los brazos por los tirantes—. Date la vuelta.

—No es mi culpa. Le pudo haber pasado a cualquiera. Fíjate en Akami.

—¿En el primero?

—Tercero.

—Pues lo de Akami es distinto. Ella no desobedeció ninguna orden. ¿Dónde está tu camisa?

—Ten —dije con fastidio. Eric la recibió, entrecerrando los ojos como sermón visual. Arremangó la tela e hizo los orificios de lo brazos más grandes. Procuré no lastimarme mientras me vestía, pero solo levantar el brazo ya se me dificultaba—. Me duele mucho.

—Espero que encontremos algún médico en el camino. Podrías tener una infección o... —Estiré el cuello para que la camisa entrara— no sé.

Fue un logro para mí haber destapado el último envase que me correspondía, sin embargo, no pude enrollar la pasta en el tenedor ni hacer que la carne llegara hasta mi boca sin caerse. Tenía un control muy torpe con la mano zurda.

—Yo te ayudo. —Santiago dejó su comida a un lado.

—No hace falta, de verdad. Come tú.

—Vamos... ¿Por qué no solo dices «gracias»?

Bajé la mirada y le entregué mi envase. De nada serviría rechazar la ayuda de mi equipo en estas condiciones. No me gustaba que nadie hiciera por mí este tipo de cosas. Yo era una persona independiente que podía valerse por sí misma en todo momento. Al menos para lo básico. No dejaba que Akami me ordenara la ropa o la llevara a la lavandería que estaba junto al depósito. No la dejaba tender mi cama cuando dormíamos juntas. No la dejaba ordenarme los zapatos, cambiarme las sábanas, limpiar mi mesita de noche. Nada. Akami era muy colaboradora, y a mí no me gustaba que fuese así conmigo porque me hacía sentir inservible. Tampoco quería que por su mente surgiera la idea de que yo dejaba mi desorden a propósito solo para que lo recogiera. Esa no era mi intención. Yo no era tan apasionada a la limpieza como ella. Que justo ahora Santiago me diera de comer e incluso me colocara la mano debajo del mentón para que no me ensuciara era lo más avergonzante que estaba viviendo, y al mismo tiempo, la mayor muestra de compañerismo.

A Pulso Lento [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora