CAPÍTULO 36 - OTRA VIDA

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No asistí al entierro de Jaz y Hussein. Renée me había recomendado reposo absoluto. Nada de salir del castillo, y menos cuando el cementerio quedaba tan lejos. Le pregunté a Ellen luego de volver cómo había sido la ceremonia. Contó de inmediato, como si no pudiera dejarlo pasar, que había tantas flores que la mayoría quedaron en el suelo. Los amigos más cercanos les dedicaron palabras especiales y después se procedió a enterrar las cenizas de ambos bajo piedras talladas con sus nombres.

—¿Tardaron mucho?

—No más de treinta minutos.

—¿A todos los creman siempre?

—Es lo que se estila. Anteriormente se hacían funerales, pero luego del primer ataque al castillo optaron por algo más rápido. —Ellen liberó un suspiro desesperanzador apartando la ropa sucia del colchón de Akami para sentarse—. Hasta cuándo nos seguirán matando.

Guardé silencio preguntándome por qué no la metió dentro de la cesta; habrá salido corriendo en la mañana a la práctica de medicina y curación. Aaron le permitía asistir solo hasta mediodía ocupándola de organizar libros, barrer la sala y limpiar los ventanales; Akami se aburría con facilidad en la habitación y le había implorado quedarse, como mínimo, para hacerle compañía.

Pasaron tres días continuos de tratamiento. En todos Ellen se había saltado las prácticas con Renzo para venir a darme ánimos. Prefería ver la evolución de la cicatriz afirmando que, aunque yo no quisiera creerlo, había una notable mejoría: casi no tenía hematomas, ya no estaba abultado y a la vista tomaba un aspecto más agradable.

—¿Comiste, Nina?

—El almuerzo no; últimamente solo quiero dormir.

—Deberíamos ir. Oí que prepararon comida china. —Alzó las cejas seduciéndome—. Tu favorita.

¡Cómo resistirme! Aparté la sábana descubriéndome las piernas y me dispuse a levantarme. Me haría bien dejar esta habitación al menos por unas horas. Casi no sentía interés de ver a nadie. Los huesos me pesaban y quería dedicarme a comer y dormir el resto de la semana. Sin embargo, fue algo más que un plato de arroz chino lo que me motivó: no había visto a Eric en estos tres días. ¿Se sentiría peor que yo? Entendía que no me visitara; él también debía recuperarse. Las pocas veces que salí a comer o a dar una vuelta esperaba verlo caminando de un lado a otro con prisa o acompañado de Danny. Pero nunca pasó. Ayer había subido a la práctica de armas blancas y me dijeron que no lo habían visto. Fui a la de telepatía, y tampoco sabían de él. Por último entré a su habitación. Vacía.

Lo encontré solitario en una mesa devorando la comida como si hubiese pasado años sin ver un pedazo de carne. Por más hambre que tuviese jamás se metería los alimentos a la boca de esa manera. Eric era muy cuidado hasta para tomarse un vaso con agua.

—Busca asiento —dijo Ellen percatándose de mis intenciones—, yo pediré tu almuerzo.

Me senté al lado de Eric. Traía el cabello grasoso en mechones revueltos y usaba una camiseta blanca que parecía haberla sacado de la cesta de ropa sucia. ¿Cuándo en mi vida había visto al impecable Eric Hudson en estas condiciones?

—A ti quería verte —dijo.

Definitivamente no era Eric.

—¿Cómo has estado de la mano? ¿Te sientes bien?

—Estoy progresando. Me quedan cuatro días más de tratamiento.

—¿Puedes moverla?

Le mostré, siendo consciente de los resultados.

—Más que bien, ¿eh? Sigue así.

Eric no respondería de esa forma. Se preocupaba e indagaba hasta el fondo del asunto.

A Pulso Lento [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora