CAPÍTULO 13 - INOCENCIA MORTAL

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Félix

Mi equipo estaba atravesando un pésimo momento. Habíamos recolectado en medio día dos míseras frases, el sol me producía dolor de cabeza y Perla me tenía como loco con el tema de desviarnos a experimentar, si por magia, nos topábamos con el equipo de su noviecito Ancel. Por suerte Cherry y Emmanuel le prestaban la misma nula atención que yo. Jazmine tuvo la suerte de no tener que soportar sus chácharas. Martha, como líder de la SEDE II de espionaje, le había asignado la misión de averiguar si los militares del reformatorio estaban realmente compitiendo, o por el contrario, buscando información sobre el castillo que le sirviera a Moe para concretar un nuevo ataque. Jazmine había entrado a los desafíos con ayuda de un superior al igual que Nina. Ella no inició los DAMA'S con nosotros, la encontraríamos el miércoles en el río antes de que saliera el sol, cerca de un árbol doblado de donde guindaba una cuerda que solían usar para lanzarse al agua desde mayor altura.

Este cúmulo de situaciones me incitó, como líder del grupo tres, a cambiar los planes, las rutas, los tiempos de descanso... Todo. Empecé por los origami. El nuevo plan era emboscar a los grupos de la torre o del reformatorio que eventualmente se separarían por necesidades básicas como orinar, defecar o dormir, por supuesto, esto solo funcionaba siempre y cuando no hubiese alguien cuidándoles la espalda. En ese momento los atacaríamos y robaríamos sus frases. Punto.

Distribuí al equipo de la siguiente manera: Cherry y Emmanuel irían por las rutas principales y Perla por la alterna, esperanzada en cruzarse con su amor. Yo trabajaría solo porque tenía mi propio plan. La cuestión con los alimentos fue más difícil. Jazmine se llevó la mayoría de la comida y lo poco que quedó nos lo dividimos. Emmanuel y Perla hicieron un intercambio con sus latas. Perla detestaba los frijoles y Emmanuel odiaba el atún. Cherry no prefería ninguno. Decía que cualquier cosa era mejor antes que morirse de hambre.

Así nos separamos.

Me escabullí por las ramas inmensas agitando las hojas. El mejor panorama se veía desde arriba. Entonces, como si fuese un regalo de Dios, vi a una joven de rizos dorados ejecutando su propia emboscada. «Pequeña niña... me harás el trabajo mucho más fácil». Cargaba en el hombro un arco más grande que ella. Claramente era de la torre. No había ser en el castillo que se le conociera por el manejo del arco y flecha. Los del reformatorio usaban en su mayoría a su mejor compañero de guerra, los fusiles, aunque parecían más bien sus esposas: comían con ellos, dormían con ellos, se bañaban con ellos...

La muchachita sacó del bolso que traía en la espalda dos frases desenvueltas. Supe que elaboraría un plan magnífico cuando la vi recrear la forma de la grulla, siguiendo el orden de los dobleces a la perfección. Era una maldita genio. Ninguno de nosotros sabía hacer grullas de origami, de hecho, estaba prohibido en los tres establecimientos aprender a hacerlos porque se prestaba para engaños de esta clase. Era tan estricto el asunto que el procedimiento de doblado se incluyó en el libro de las técnicas prohibidas.

Cuando tuvo las grullas listas insertó el hilo dentro de las figuras y las colgó en puntos estratégicos del árbol donde estaba montada. Una se distinguía a simple vista y la otra estaba más atrás, oculta. Ella se cambió de escondite, no muy lejos.

Estuve espiándola por más de media hora, recostado del tronco, añorando el segundo exacto en el que cayera el primer equipo y pudiera apropiarme de la recompensa de la niña. Y llegaron. Me resultó extraño que solo estuviesen tres soldados. ¿Dónde andarían los otros dos? Los militares de la División María Johnson se dejaron hipnotizar con la sencillez que representaba jalar la pequeña grulla. Tontos... no tenían la menor idea de en qué se estaban metiendo.

Antes de que alcanzaran el origami la muchacha direccionó tres fechas, apuntándoles, que sin titubear encajó de un golpe en las manos de los uniformados. Me incorporé del árbol, espantado. No imaginaba el terrible dolor de ser atravesado por un pedazo de madera como ese. ¡Dios me libre! Ella tenía una puntería igual de aterradora que la de Danniel. Su objetivo eran manos y pantorrillas. ¡Qué barbaridad! Los dejaba sin defensa ni ofensa. Tenía que cambiarme de sitio. Pero no ahora.

A Pulso Lento [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora