CAPÍTULO 12 - UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE

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Nina

—¿Qué quieres decirme, Eric?

—Solo recordarte que falta poco para que estés fuera del castillo. Dime, ¿llamaste a tus padres para decirles que te expulsarán por traición? —Apoyó los brazos sobre las rodillas—. ¿O también les mentirás a ellos?

De niña me preguntaba si los animales tenían pensamiento. Me parecía absurdo que solo se guiaran por el instinto de supervivencia. Para mí había algo más profundo. Evaluaban al enemigo para saber si estaban en capacidad de defender su territorio o desistir; las hembras protegían a sus crías a muerte; lograban camuflarse en su entorno de distintas formas; algunos eran monógamos... Incluso, tenían una paciencia envidiable para armar nidos o trampas. ¿Cómo se puede asociar ese tipo de comportamiento únicamente al instinto? Los animales que se podían domesticar lo permitían porque sabían reconocer si los humanos los maltrataban, o por el contrario, los cuidaban. Se comunicaban, sentían y padecían. Los elefantes cuando perdían a un integrante de la manada atravesaban por un proceso de duelo. Y yo, a los once años, estaba casi segura de que eran igual de inteligentes que los humanos. Pero justo ahora yo había dejado de ser una persona que razonaba para convertirme en una bestia que reaccionaba a los estímulos de la naturaleza.

Extraje el kunai y me lancé sobre Eric.

Mi instinto primitivo me ordenó atacar por una sencilla razón: me estaba sintiendo amenazada. ¿Acaso Eric no se daba cuenta de que el corazón me sangraba cada vez que sus palabras filosas lo acuchillaban con tanto odio? ¿Acaso él no era humano al igual que yo? ¿Jamás se equivocó en la vida?

Detuvo la agresión situando otro kunai al frente. Esbozó una sonrisa de triunfo. Había logrado lo que quería. Abrirme la herida de nuevo. Enlazó su pierna con la mía, inmovilizándome. Forcejeamos un rato, uno sobre el otro, sin llegar a nada. Yo no lo cortaba, él no terminaba de rendirse y ambos sostuvimos una posición firme donde los dos teníamos la razón. Nadie cedió.

—No voy a dejar que me recuerdes mi error las veces que quieras, ¿entiendes? —Apreté el kunai contra el suyo, empujándolo—. Yo sé lo que hice y por qué lo hice.

—Lo voy a seguir haciendo hasta que sufras las consecuencias. —Respondió al empuje—. Porque tú también me heriste, manchaste mi reputación y te burlaste de mí.

Hice equilibrio con las rodillas y saqué otro kunai. Sus manos toscas me apartaron, no con rabia, sino como quien siente lástima y prefiere ahorrarse el conflicto.

Me incorporé y coloqué en posición de batalla, la misma que él me había enseñado.

—¿Vas a pelear conmigo? No seas niña, Cole. —Se sacudió el polvo.

—¡Sí, y prepárate, porque te voy a vencer!

Salí disparada en su dirección con el kunai en una mano y ocultando la pócima amarillo ámbar en la otra. Esta vez no fallaría. Le quitaría esa cara de «yo todo lo puedo» cuando la activara y cualquier corte, por más insignificante que fuese, lo envenenara. Él, esperando la agresión, me vio aproximar el arma a su perfil desprotegido. Rompí la poción con los dedos. Listo. Ahora el último paso. Y otra vez se dibujó esa estúpida sonrisa despreocupada. Tomé impulso y, en medio de la embestida, una ráfaga de viento me sostuvo la muñeca.

—¿Qué mier...? —Al girarme, conseguí el rostro de Santiago a un lado del mío. Eric se mantenía inmóvil pensando que, si Santiago se hubiese tardado dos segundos más, tendría una herida importante en la mejilla.

—Lo siento, Nina, mi trabajo es mantenerlo vivo —dijo, estremeciéndome el brazo. Aún no decidía soltar el arma.

El resto del equipo apareció de inmediato.

A Pulso Lento [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora