CAPÍTULO 11 - EL NUEVO PLAN

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Danniel

—Lamento mucho haber permitido que ese imbécil se llevara los bolsos —dije, luego de haberme recuperado del golpe en la cabeza. Por suerte, el otro equipaje contaba con insumos básicos de emergencia que compensaban el hecho de que no tuviésemos un médico en nuestro grupo—. Os juro que de pronto sentí como si mi cuerpo no reaccionara.

—No fuiste el único —respondió Martha, sacudiéndose el rostro; aquel infeliz la había hecho tragar tierra—. Creo que todos nos paralizamos. La última vez que me apuntaron con un revólver fue en la primera guerra. —Se ajustó el moño—. Todavía lo recuerdo.

Me fijé en los claveles rojos que Martha veía con tanto resentimiento, como si quisiera aplastarlos, pese a que la minúscula flor ya estuviese creciendo con las raíces machucadas por una piedra. Martha había sufrido estrés postraumático cuando finalizó el primer ataque del reformatorio, en la primera guerra. Deambulaba por las noches porque sufría de pesadillas y se hacía un ovillo en cualquier rincón hasta que alguien la encontraba, sollozando; para ese entonces todavía se ponía lazos en el pelo y se mascaba las uñas.

Inevitablemente abandonó la práctica de armas de fuego. Casi siempre se alteraba por el sonido de las balas durante el entrenamiento y no lograba concentrarse en actividades simples como hacer el inventario de las municiones. El tutor supo entenderlo. A partir de ese cúmulo de sucesos tuvo episodios de ansiedad que no solo la afectaban a ella, sino también a los que la rodeaban. Yo fui testigo de ello. Recuerdo que durante las lecciones de armas blancas se me había resbalado la bandeja donde trasladaba los kunai recién amolados a los estantes. En ese momento escuché los gritos agónicos de Martha que, arrinconada a un lado de la puerta, se agarraba los pelos. Me sentí fatal después de verla en ese estado.

Estuvo cinco meses asistiendo a terapia por órdenes de la directora. Eric fue clave en ese periodo. Estaban en plena relación cuando se desató el primer ataque al castillo por el incumplimiento del tratado de paz a causa de la protección de Megan. Esa perra no merecía nada de nosotros. Por supuesto, Martha se recuperó, y a los pocos días ella y Eric decidieron terminar. Ambos tenían el corazón fracturado. No por su relación, sino por lo ocurrido en el castillo. La declaración de guerra de Moe nos obligó a entrenar el doble de tiempo. Ya ninguno tenía tiempo para amar. Pero si alguien me preguntara cuál fue la verdadera razón, contestaría que ambos perdieron el interés.

—¿Estás bien? —le preguntó Martha a Tessa, cuyas piernas le temblaban.

Tessa no dejaba de verme a mí. Fue mi guía, y todo el tiempo estaba preocupada por mi bienestar. Seguía teniendo el mismo comportamiento maternal conmigo aunque ya hubiesen pasado más de tres años de aquello.

—Sí... —Un brillo inusual se asomó en sus ojos—. Perdónenme. Pude haber hecho algo más que quedarme parada.

—Ya, tranquila. —Mario la abrazó, hundiéndole la cabeza en su cuello—. No es culpa tuya ni de Danniel ni de Kenjiro. Mejor pensemos en qué vamos a hacer ahora.

Kenjiro estaba sentado sobre la raíz de un árbol sobándose el pescuezo después de que hubiesen intentado ahorcarlo. Era el más joven del grupo, y al igual que Nina, esta era su primera vez en los desafíos. Advertí un pensamiento estúpido de su parte que sacaría a Martha de sus casillas:

—¿Y si le robamos el equipaje a alguien más?

—Joder, Kenjiro, pero qué clase de pregunta es esa —dije—. ¡Por supuesto que debemos robar los bolsos...!

—Aquí nadie le va a robar nada a nadie, ¿me entienden? —Interrumpió Martha—. No podemos dejar a los grupos de la torre sin comida.

—¡Estos son los Desafíos A Mano Armada! —saltó Tessa—. ¡Podemos hacer lo mismo!

A Pulso Lento [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora