Capítulo dieciséis: Cambios

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Jung Yerin tenía dos cosas presentes en su cabeza; la primera era no ayudar al repulsivo Lee con su infantil plan, y la segunda, alejarse completamente de todos hasta sentirse emocionalmente estable... Si es que lograba su cometido.

Si bien había dejado a un lado cualquier pensamiento absurdo sobre una futura relación amorosa o siquiera afectiva con su compañera de escuela, aún se sentía vulnerable con absolutamente todo. No se trataba de fallar ensestando un papel en la basura y resultar perdedora al volverlo a recoger, necesitaba tiempo para sanar de forma normal, sin apresurar las cosas como acostumbraba a hacer con sus problemas de autoestima, a la rubia le gustaría que todo fuese tan rápido y fácil como cambiar de un día para otro tu color de cabello porque ya no te sientes atractiva o te cansaste del tinte anterior, patética.

Había rezado toda la noche, no lloro como de costumbre, ya estaba cansada, no estaba dispuesta a ser la protagonista de una historia a la cual no le correspondía el papel principal, se había prometido terminar con todo de una vez sin remordimiento alguno. Estaba dispuesta a afrontar las consecuencias de un silencio que guardo por años, y no se arrepentía de absolutamente nada.

Estaría mintiendo al confesar que amaba a Hwang Eunbi, porque no era así, pero si era cierto que gran parte de su amor propio lo había colocado en juego por ella, sin tener la intención de culparla, pues la pobre chica no tenía siquiera idea de sus sentimientos. Malgastó tanto tiempo observando y adorando a alguien desde la lejanía mientras se perdía asismisma en el tiempo, quizá su error fue no ver más allá, dónde habitaban miles de personas dispuestas a recibir todo lo que ella anhelaba entregar, si... La ceguera era real, y no es mentira cuando dicen que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, porque la rubia lo fue, y por un lapso extenso de tiempo.

La venda se le cayó sola, con mucha dificulta, pero al final sus ojos lograron ver lo estúpida y egoísta que estuvo siendo hasta hoy.

No le importaba que las personas observarán aquellas fotos, es más, se podían hasta reír de ellas si querían, al final disfrutaría gozar de una derrota digna a tratar de ayudar a un parásito con problemas mentales y de salud por renegar de sus gustos culposos a los demás. Eso sí que no.

Aquella mañana se levantó con el mejor de los ánimos, se cepillo, se vistió, tomo su mochila y partió rumbo al instituto. La noche anterior le dejó un extenso mensaje a Eunwoo dónde le avisaba que podía hacer lo que se le diese la gana con las fotos que tenía a su poder, ya nada le avergonzaba, ya nada podría ser más patético que estar enamorada durante casi siete años de alguien que ni siquiera conocía tu nombre, la rubia en cierta parte había excedido los límites de la estupidez y vergüenza.

No sé encontró con Umji y Eunha en la sala del comedor como acostumbraban a hacerlo, no se sentía segura aún para contarles sus desgracias, sin contar que no quería explotar delante de las dos cuando no tenían culpa alguna de lo que estaba sucediendo.

Recorrió con su mirada la sala de alquimia y divisó a Sowon al fondo del salón. Al parecer solo habían llegado unos cuantos alumnos antes de la hora prevista de clase.

Esperaba que la relación de Eunha y Sowon estuviese yendo por el camino correcto, la mayor de las dos había hecho ya demasiadas cosas para poder conquistar a la peli corta. Se merecía una recompensa por sus actos.

La clase paso muy rápido ante los ojos de la rubia, los crucigramas que debía realizar los terminó justo a tiempo.
Guardo sus útiles en la mochila y se dirigió a la biblioteca por sus libros de química.
Se había plantesdo el día anterior, ir al salón de belleza para cambiar su color de pelo, después de todo quería comenzar de cero, y hacerlo con un cambio de look no era una mala idea.

Puso un pie fuera del instituto y ni siquiera le importo ver fotocopias pegadas en las paredes con sus fotos en aquella fiesta de Hwang Eunbi, desvió la mirada del público y siguió su camino fuera del campo.
Lo estaba haciendo bien, solo debía resistir un poco más, yerin era valiente.
Lo sabía.










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