—¿Y? —insistió Cleo, los anillos de oro destellando en sus finos dedos.

As suspiró.

***

Siri había hecho palomitas, un gran tazón que había ofrecido con una sonrisa casi igual de grande. Nadie le había prestado atención, así que simplemente se había sentado en una esquina del enorme sillón con sus piernas cruzadas y su ordenador a un lado. Houdini continuaba con su cereal. Cleo y Hermes estaban demasiado ocupados intentando guardar las distancias e ignorarse. Bueno, al menos ella lo estaba, él solo parecía estar siguiéndole el juego para su diversión personal.

—Las presentaciones fueron hechas —comenzó As.

—¿Se supone que debo saber cual ridículo alias ha escogido? —preguntó Cleo sin mirar al susodicho.

—Hermes —dijo él y ella ahogó una risa.

—Por supuesto.

—Siri, por favor —dijo As antes que se rindiera con esos dos.

Ella lo miró con sus ojos bien abiertos, y una boca repleta de palomitas, pero terminó por tapear el acceso en su ordenador. La gran pantalla detrás de él se encendió para que todos pudiera apreciar la presentación, las persianas se deslizaron para cubrir las ventanas y las luces se apagaron. Las casas inteligentes eran un regalo de la tecnología.

As cogió el puntero del interior de su chaqueta.

—Si los he reunido aquí, es porque cada uno de ustedes tiene las habilidades que nos hacen falta para llevar a cabo este robo. No me importan sus historias, no me importa si se conocen de antes o no —la mirada de As fue enseguida a Cleo y Hermes, aunque ellos pretendieron no estar al tanto—. No me importa nada de ustedes, excepto el hecho de que estén cien por ciento comprometidos con este negocio. Estoy hablando de veinticinco millones de libras. Cinco por cabeza. ¿Alguna duda?

—Oh, yo, yo —Siri levantó su mano en alto—. ¿Qué estaremos robando?

—¿Quieres hacer los honores? —As extendió el puntero hacia Cleo, y ella suspiró al ponerse de pie y cogerlo.

La pantalla detrás de ella mostró la distorsionada imagen de cinco joyas distintas, cada una de un material y forma diferente. Si Cleo era la más indecisa respecto a este golpe, entonces mejor mimarla un poco. Era evidente a juzgar por su porte que no estaba aquí por el dinero, nadie teniendo el British Museum solo para ella y habiendo robado una antigüedad de poco calibre podía interesarse por el dinero en vez de por la historia.

—Las joyas del Nilo son considerados por muchos como un mito, tan raras resultan y habiendo tenido tan pocas apariciones en público. Una pieza fue valuada por cinco millones de libras tras su última aparición en mil novecientos setenta y nueve, lo cual, ajustado al valor de hoy, nos deja en una suma superior. Eso sin mencionar que no todas las joyas están valuadas por el mismo monto —explicó Cleo, la pantalla mostrando antiguas fotografías borrosas—. Nadie sabe con exactitud cuántas joyas del Nilo existen. Se dice que fueron descubiertas en mil novecientos veintitrés, cuando los excavadores lograron abrir la tumba del faraón Tutankamon. Solo ellos fueron capaces de ver todas las joyas juntas y, crean en maldiciones o no, la historia no miente al decir que todos quienes cogieron objetos de esa tumba murieron a los pocos días. Todo conocimiento sobre cuántas joyas existen, y cómo lucen, murió con ellos.

—¿Las joyas están malditas? —Houdini palideció notablemente, la expresión de Cleo fue seria al responder.

—La muerte vendrá sobre alas ligeras al que estorbe la paz del faraón —dijo ella—. Mito o verdad, treinta de todos quienes estuvieron presente al profanar la tumba de Tutankamon murieron a los pocos meses del hecho sin causa aparente. Incluso años después, cuando los tesoros que saquearon de allí fueron repartidos por el mundo, directores del museo de El Cairo junto con varios de quienes transportaron las piezas murieron sin causa aparente.

Cinco de OrosWhere stories live. Discover now