26-. Hangares

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07:02 pm 8 de enero de 2013 

Nevada, Estados Unidos

Para ser honesto, tengo una brecha temporal desde que fui apuñalado hasta que el clon me transportó al Área 51. Por más que hago un esfuerzo para acordarme de lo sucedido, todo se resume a imágenes borrosas en las que lucho por no volver a perder la consciencia y a X 77 llevándome cargado a través de los extensos corredores de la base. Luego de eso, puedo visualizar cuando me deja caer sobre una camilla metálica, se da media vuelta y abandona el lugar.

De ahí en adelante sí soy capaz de contar los hechos con mayor exactitud, así que será a partir de ese punto desde el que continuaré el relato:

Un científico joven y con marcas de acné en el rostro se acercó a mí para desinfectar y coser la herida en mi costado. Debí haber tenido muy mala pinta, porque ni siquiera se molestó en confirmar que estuviera inconsciente. Mantuvo la guardia baja todo el tiempo, y tan pronto terminó el trabajo, lo derribé de un derechazo. Sin embargo, antes de que pudiera salir de la estancia, uno de sus compañeros vio lo que planeaba y activó la alarma de emergencia.

Busqué con la mirada cualquier cosa que pudiera utilizar a modo de arma, y mis ojos se posaron sobre una delgada tubería que caía desde el techo hasta quedar a medio metro por encima de mí. Entonces, sin pensarlo mucho, di un salto y arranqué parte de ella.

Casi de inmediato, uno de los científicos quiso detenerme, pero antes de que pudiera acercarse demasiado, atravesé su cráneo con el filo del tubo; y vi cómo sus compañeros trataban de escapar en dirección contraria.

A sangre fría, fui acabando con todo aquel que estuviera a mi alcance mientras que los cada vez menos sobrevivientes huían despavoridos hacia la habitación contigua. Aprovechando esta oportunidad, me acerqué al panel de control que se hallaba en una esquina y esbocé una sonrisa al descubrir que era el sistema de apertura de celdas. Oprimí el botón que decía: ''ABRIR'' y el sonido de varias puertas metálicas activándose se hizo presente. De seguro eso crearía una buena distracción.

Inmediatamente, derribé la puerta de la estancia de al lado para continuar la masacre, pero al verme, el personal que se escondía allí optó por huir. Todos, excepto un viejo de unos cincuenta años que me apuntaba con su Desert Eagle. Lejos de ser una amenaza, tenía tan mala puntería que no logró acertar ninguno de los disparos y vació el cargador en vano.

Cuando quiso recargar, me abalancé sobre él para clavar su cuerpo contra la pared. Acto seguido, recuperé el trozo de tubería y acabé con los demás, tiñendo las baldosas blancas de rojo.

De improviso, escuché los gruñidos de un no muerto seguidos por el ruido de sus pies al arrastrarse, y por una de las puertas del cuarto, apareció una mujer gorda y bajita estirando sus brazos hacia mí. Le faltaba parte de un costado y gusanos blancos salían de sus globos oculares.

La miré asqueado, y antes de que pudiera acercarse más, clavé el tubo en el suelo y la empujé sobre él. Al caer de espaldas, quedó allí atrapada y sus tripas se escurrieron a través de la herida.

Una patrulla de doce militares pasó corriendo en dirección a la sala adyacente y apenas fui capaz de ocultarme. No obstante, a dos de ellos les ordenaron quedarse a vigilar en el pasillo que conectaba ambas habitaciones, y portando sus M-16, se apostaron uno a cada lado de la puerta.

Cuidándome de no hacer ruido, agarré un bisturí de una de las mesas y me acerqué a los sujetos por detrás. Al primero le corté la garganta de oreja a oreja, y el otro, al reparar en mi presencia, quiso tomar distancia y disparó varias veces; a lo que le arrojé el utensilio contra el pecho, y aprovechando el factor sorpresa, pude arrebatarle el arma.

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