23-. La ciudad del pecado

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03:40 pm 7 de enero de 2013 

Salt Lake, Colorado


Haciendo un resumen sencillo de la situación: estábamos completamente rodeados. Los cristales de las ventanas y el parabrisas empezaban a agrietarse, y a causa del ruido, la horda se hacía cada vez más grande.

Desesperado, JDM abrió la guantera en busca de algo que pudiera servirnos para encender el auto sin la llave, y como si se tratara de un golpe de suerte, dio con un destornillador de pala. Como pudimos, lo utilizamos para arrancar el conector y extraer los cables. A continuación, los conectamos entre sí, y tras varias sacudidas, el motor encendió. Era ahora o nunca.

Pisé el acelerador a fondo y me vi obligado a atropellar todo lo que tuviéramos al frente para poder abrirnos paso entre la multitud; a tal punto que el parabrisas estuvo a punto de venirse abajo. Estaba reforzado, pero difícilmente resistiría esa cantidad de cadáveres impactando sin parar contra él.

Aun así, fuimos capaces de escapar de la horda, abandonamos el aparcamiento, y conduje hacia la calle principal. Mientras tanto, José se encargaba de la radio y trataba de contactar a nuestro grupo.

—Chicos, ¿nos copian? —repitió por tercera vez—. Ya vamos de camino.

—Alto y claro —saludó Victoria al otro lado de la línea—. Estamos a un costado de la vía. No será difícil encontrarnos.


03:52 pm 7 de enero de 2013

Salt Lake, Colorado


Avanzamos por la autopista sin ningún inconveniente, aunque faltando poco más de un kilómetro para llegar al punto de encuentro, nos quedamos sin combustible y no hubo de otra que seguir a pie.

Finalmente, tras unos cuantos minutos andando bajo el inclemente sol del desierto, visualizamos la camioneta del grupo. Aceleramos el paso para ir a su encuentro, y los chicos, al reparar en nuestra presencia, bajaron del vehículo e hicieron lo propio.

—No saben cuánto me alegra que ambos estén bien —dijo Itay sonriente.

—Tienes que dejar de darme esos sustos, dumb ass —murmuró Vanessa en un tono que podría confundirse entre regaño y súplica.

El rugido de un motor se hizo presente en la lejanía, y a medida que pasaban los segundos, comenzó a hacerse más y más fuerte. Al principio creí que mi imaginación estaba jugando conmigo, pero Victoria no tardó en sacarme de dudas.

—No puede ser posible —apuntó al cielo con el índice—. Miren eso —se trataba de un helicóptero de carga. Era blanco, de hélices negras y medía unos cuantos metros de largo.

Sin embargo, la verdadera sorpresa vino cuando completó el aterrizaje con éxito, y ante nuestra mirada incrédula, su compuerta se abrió. Entonces, tres siluetas bastante familiares se asomaron y saltaron a tierra firme.

—¿Alguien quiere un aventón? —dijo Francisco, y a continuación, nos fundimos en un abrazo grupal.


04:58 pm 7 de enero de 2013 

Frontera Nevada, Colorado


Cargamos nuestras provisiones como mejor pudimos dentro del helicóptero, y acto seguido, nos vimos obligados a abandonar la camioneta. Por mutuo acuerdo, decidimos dejar las llaves conectadas, así si algún otro sobreviviente daba con ella, podría utilizarla sin problemas.

Código X 77Where stories live. Discover now