10-. Caminos separados

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7:50 pm 3 de enero de 2013 

Hospital Carabobo, Carabobo, Venezuela


Vanessa, Titán y yo estábamos completamente rodeados. Ella abrazó mi cintura temblando, él no paraba de ladrar, y yo me obligué a mantener la compostura, a pesar del pánico que comenzaba a apoderarse de mí, y de que el dolor en el hombro se hacía peor tras cada disparo que daba.

El estruendo de una ráfaga de balas se hizo presente, y para alivio de todos, llegaron los refuerzos. José acabó con los caminantes que rodeaban la puerta, e Itay, por su parte, se encargó de aquellos que venían de las habitaciones aledañas. 

Una imagen que nunca borré de mi mente, es a una de esas cosas portando el uniforme militar venezolano y cargando una AK-103 a sus espaldas. Tan pronto como mis ojos se posaron en él, el mexicano le voló los sesos, embarrando la pared de sangre oscura y coagulada.

Como era de suponerse, el ruido de los disparos atrajo la atención de más y más zombis, por lo que no tardaron en volver a rodearnos. Esta vez con la mira puesta en JDM. Fue en aquel momento que la chica que venía con ellos recogió el fusil del militar caído, y casi sin apuntar, ametralló las cabezas de los enemigos que lo rodeaban. 

—¿Están bien? —quiso saber José, aproximándose a nosotros.

—Sí, gracias a ustedes —contesté—. Aunque apenas puedo mover el brazo izquierdo.

—No por mucho, ya tenemos lo que buscábamos —se dio una palmada en el bolsillo del pantalón—. Pronto estarás como nuevo —se giró hacia su acompañante y agregó—. Oh, lamento los malos modales. Bastian, Vanessa, les presento a Victoria. Ese de ahí es Titán —señaló a mi perro.

Los tres intercambiamos miradas y asentimos sin mucha idea de qué decir o hacer. Lo único que teníamos en común era que deseábamos irnos de allí lo antes posible.

—Odio ser aguafiestas, pero hay una horda de esas chingaderas intentando entrar y ponernos las manos encima —intervino Itay—. Será mejor que atendamos la lesión y nos larguemos.

—Tienes razón —JDM me extendió mi propia camiseta y la tomé sin entender muy bien su propósito—. Respira hondo, cierra los ojos y muerde esto, seré rápido —entonces, caí en cuenta de lo que iba a ocurrir y de que iba a dolerme muchísimo. Sin embargo, no estaba en posición  de oponerme. 

Hice lo que me pidió, y en un solo movimiento, sentí cómo acomodaba mi hombro de vuelta a su sitio original. Reprimí un grito gracias a la tela que tenía en la boca, lágrimas resbalaron por mis mejillas, y el chico me extendió dos analgésicos que no dudé en tomar para mitigar el dolor. A continuación, vendó la zona afectada, volví a ponerme la camiseta y nos dirigimos al pasillo.

Habiendo avanzado unos pocos pasos, las luces comenzaron a titilar. Súbitamente, una niña de unos siete u ocho años apareció a un par de metros de nosotros. Traía puesta una impecable bata de hospital y su larga cabellera negra le cubría el rostro. Aun así, lo realmente aterrador era que, cuando la iluminación se iba, la chiquilla se alejaba sin hacer ningún ruido. Ni pisadas ni respiración. Nada. 

Un frío sobrecogedor invadió el lugar, la luz se fue por unos segundos, y un relámpago lo iluminó todo, mostrando así un corredor vacío. Como si ella nunca hubiera existido.

Un trueno ensordecedor lo sucedió, forzándonos a salir del letargo. En ese instante volvió la luz, y suspiré aliviado al ver que no había ni rastro de la niña aterradora. O eso pensé justo antes de escuchar los ladrillos desesperados de Titán. 


8:35 pm 3 de enero de 2013 

Hospital Carabobo, Carabobo, Venezuela

Código X 77Donde viven las historias. Descúbrelo ahora